Hay aniversarios más o menos obscenos dentro de aquello que
se entiende por celebración.
Hay celebraciones obsoletas que no se acaban de entender por
muy obscena que sea la conmemoración de turno.
Hay victorias y hay derrotas entre vencedores y vencidos, hay
vencidos victoriosos y hay triunfadores derrotados por los acontecimientos
acontecidos durante ese margen concupiscente al que nos referimos todos como
temporada regular.
Hay tabaco en la mesita y sol en la calle.
Hay, existen y existirán las mismas historias que se repiten
de manera vulgar cada etapa de unas miserables vidas al borde del infarto.
Hubo llantos y habrá alegrías expresadas en las fuentes
públicas que, una vez más, adquirirán un protagonismo deseado en los miles y
miles de forofos que pueblan las calles de una ciudad que empieza a convivir
con el calor.
Hay elementos alternativos que pueden alterar cualquier
clase de triunfo con las dudas básicas del perdedor.
Hay descensos al infierno y pasajes express para un cielo
que inunda el horizonte de dudas.
Existen también individuos uniformados que velan por la
seguridad de aquel que vive desbordado en la alegría de un nuevo título
conseguido con garra y sudor por personas ajenas a su círculo más cercano pero
que, de alguna manera, son como parte de una familia imaginaria en la que
depositan sus más vulnerables promesas de cambio de ciclo.
Y, por supuesto existen los cambios de ciclo en lugares
llamativos bajo la atenta mirada de los delegados de un gobierno que espera
paciente el encendido de la mecha de lo que puede ser una bomba.
Hay bombas informativas en diarios que viven a costa del
titular barato dibujado en fotomontajes de aquello que mañana dejara de tener
interés general.
Hay demasiado opio para un pueblo perdido en los números de
aquellas jurisprudencias marcadas desde un Berlín occidental que se erige como
el salvador de las causas perdidas.
Hubo una vez una Grecia Clásica que domino el mundo
existente.
Habrá, y es que el tiempo es muy sabio, verdades más o menos
objetivas en la visión diferente de aquellos que ven las perspectivas desde un
prisma difuso y cobarde al no entender (o no querer entender) las virtudes de
un rival al que convertirán en enemigo.
Habrá paz para los malvados en las trastiendas de los bares
donde, años atrás, se originaron las revoluciones de aquellos jóvenes, y ya
abuelos, que nos enseñaron lo que era la indignación.
Hay inyecciones que curan en salud y hay supositorios que
duelen al introducirse en organismos heridos en la más común de las causas más
estables dentro de la gravedad.
Hay alcohol en latas de cerveza orientales que abundan por
los retretes de la zona de ocio de una capital que celebra en silencio el
triunfo de la clase urbanita y acomodada después de dejar el pueblo.
Habrá jóvenes con responsabilidades que se crecen ante las
adversidades de la apariencia.
Hubo confidencias a medianoche en los despachos de los
gestores que se escondían debajo de un traje de marca mientras consumían
sustancias nocivas para la felicidad.
Habrá futuros montajes escénicos que dilapidaran la
creatividad de un sistema cada vez más autoritario con las cosas del comer.
Hay sexo salvaje en las esquinas lascivas de los clubs de
alterne alternados por aburridos comerciales del pecado que pagan desde la
lejanía la hipoteca de aquella hermosa dama que se transformó, quien lo iba a
decir, en un rival demasiado hostil para el amor.
Hubo tiempos mejores.
Habrá que protestar antes que el “Derecho” nos impida el
derecho democrático de buscar la paz en un país enfundado en la guerra simbólica
del quiero y no puedo.
Habrá más Naranjitos.
Hubo demasiado fútbol para un corazón acostumbrado al
botellín frío de las tardes amarillas de los fines de semana de carrusel.
Habrá vacaciones Santillana y piscinas con socorristas
argentinos exultantes ante las maravillas de una vieja Europa sin corralitos.
Hubo un Bachillerato de interés general en el que nadie me
explico aquella máxima marxista de los chaqueteros con cuenta corriente en
“Bankia”, gentes escondidas en grandes coches que no se suelen rebelar ante un
sistema que los acoge en le seno de la hospitalidad manifiesta y, aquí sí,
obscena, del egoísmo conservador de los clasistas.
Hay, gracias a Dios, gentes jóvenes y románticas que volverán
a creer en aquella utopia de aquello de cambiar un planeta al que no sabemos
cuando podrán bajar de nuevo a planta, corazones enérgicos que a su manera
seguirán manteniendo su particular revolución hasta que la estructura
establecida se encargué de desmontar falsos mitos que benefician a demasiados
elementos discordantes detrás de un imaginario cordón policial.
Y habrá cargas necesarias contra manifestantes antisistema
que nunca tuvieron oportunidad de agasajar a una Diosa con una bufanda.
Hay polis buenos y polis malos.
Hubo una vez una princesa en aquel Madrid de los ochenta que
se enganchó a la heroína creyendo en la libertad.
Hubo libertad.
Hay, en breves jornadas, Eurocopa.
Pero por favor, no nos olvidemos, hay gente protestando en
Sol un poco por todos nosotros pecadores.