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jueves, 25 de julio de 2013

"SIETE DIAS DE LUTO"

Al despertarme, esta noche de verano, después de intuir el sonido de la lluvia golpear en la ventana descubrí, muy a mi pesar, que ni siquiera había podido conciliar el sueño en esas horas en las que el sol empieza asomarse en el lateral de un cielo enmarcado en los bordes de los edificios que forman, con religiosa geometría, la enmarcación del paraíso que hace mi patio interior sin vistas al Edén.

Pronto me percaté de que ni siquiera esta era una buena madrugada para intentar solucionar el mundo sentado frente a un ordenador viejo y desgastado en el que las palabras se resisten a salir de un alma mortecina que ha ocupado la noche en digerir la actualidad.

Las noticias llegaban envueltas en el desasosiego de saber que lo peor es la parte más intuitiva de un ser humano dispuesto a evitar las desgracias ajenas que anunciaban el final del día festivo.

Y es que ni si quiera una gota se había despistado para caer en el suelo de un Madrid ausente.

Hoy las redes sociales, tan dispuestas en otros momentos a criticar irónicamente la coyuntura de los acontecimientos, lloraban al unísono desde la prudencia de ir, lentamente, conociendo el desenlace de la tragedia acontecida a los pies del apóstol que guía el camino de los fieles de todo un universo creyente.

Y me he imaginado a mi mismo sentado en cualquier vagón mirando al paisaje mientras escucho por los auriculares cualquier canción de los "Doors" esperando tranquilamente la llegada a la estación de una ciudad vestida de gala para recibirme, para recibirnos a los cientos, miles de corazones que elegimos ese destino que nos espera entre la satisfacción de lo lúdico, la pasión de lo místico y la seriedad de lo histórico que nos tiene que ofrecer.

Pero la orquesta no tocó esa noche.

Y dicen que fue después de atravesar un túnel y que después del estruendo todo se quedo en un confuso silencio.
También dicen que solo cuando estas metido en la más profunda oscuridad es cuando, de nuevo, vuelves a ver la luz.
Y con la luz llegaron los primeros gritos desgarradores pidiendo auxilio.

Una vez escuche que la vida es un viaje en tren; que desde la partida vamos dejando cosas en los embarques, se bajan unos y se suben otros al compas del sonido característico de aquel convoy que se desliza irremediablemente hacia un destino final que no siempre hemos elegido y donde a veces no te cercioras, no tienes porque hacerlo, de que la vida va pasando delante de ti.

Hoy lloro a los que se han quedado en el trayecto y sufro por aquellos que siguen esperando en el andén envueltos en la incertidumbre de seguir creyendo en la esperanza del retraso.
Me imagino decenas de móviles sonando sin respuesta con distintas melodías en aquel silencio sepulcral que anuncia el fin de la cobertura.
Nos han preparado para casi todo menos para no sufrir ante los posibles desenlaces de una vida demasiado alejada de la cruel realidad con la que todos nos tenemos que enfrentar.

El infortunio se difuminó en una noche estrellada para dar paso a todos los trámites burocráticos que acompañan a cualquier desastre rememorándonos de nuevo la vulnerabilidad de unas existencias efímeras y documentadas con las que certificar la tragedia.

(Y aparecieron gobernadores, alcaldes, ingenieros….)

Pero en ese tren viajaban demasiadas emociones como para entender la crueldad de un sistema no preparado para los sentimientos.

Supongo que al amanecer todo será más duro.

Es quizás esa vulnerabilidad que mencionaba antes la que también nos hace sacer lo mejor de una individualidad que de repente se convierte en solidaridad para entregarse, sin concesiones, a la colaboración más desinteresada por ese prójimo que lo está pasando mal, demostrándonos, una vez más, que todavía nos queda algo de abnegación en las entrañas.
Lo triste es que solo nos damos cuenta cuando nos sentimos desvalidos por la cercanía de un nuevo suceso que ocupara titulares en una jornada para olvidar.

La sociedad, a diferencia de las instituciones, saca lo mejor de sí misma cuando las dificultades aprietan.

Hoy más que nunca estamos todos allí a la salida de esa curva que delimita la línea que separa y junta a la vida y la muerte en décimas de segundo.

Debería, toda esta frustración, servirnos para reflexionar sobre quien somos y a donde vamos ya que muchas veces el camino elegido no tiene nada que ver con aquel planificado días atrás.

Decía Jim Morrison que el amor no te libra de tu destino, yo solo puedo procesar esa pasión por esas gentes y ese pueblo que hoy se sumerge en las tinieblas de la desgracia desde la cercanía de mi corazón.

Todos viajábamos, de una manera u otra, en ese tren que iba para el norte.

Todos sufrimos hoy el infortunio de no saber que pasara mañana.

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