De pequeño, agarrado del brazo de mis padres, en uno de esos
aburridos paseos a eso de las siete de la tarde por el centro de la ciudad
cuando yo no era más que un renacuajo, me encantaba mirar al cielo con los ojos
cerrados para, de repente, abrirlos y ver aquella manada de estorninos girar a
bandazos haciendo imposibles formas oscuras en aquel universo distorsionado del
que yo era un espectador privilegiado.
Después, cuando volvía a la tierra, todo aquel baile escénico
se quedaba resumido a la típica explicación teórica con la que enfrentarte en
soledad en aquel pupitre amarillo verdoso donde organizabas tu existencia
infantil bajo la tutela del tutor de aquel colegio público en el que los
cuentos, por desgracia, se quedaban a las puertas aquellas que describió Bob Dylan
en alguno de sus momentos de inspiración.
Aquella libertad, la de los pájaros, te transportaba
astralmente a lugares desconocidos dentro de las limitaciones de una imaginación
lo suficientemente desbordada como para mantenerla en calma y en la que el desplazamiento
geográfico era simplemente una virtud en la que tú, en un pequeño mundo
protegido, nunca estabas invitado.
Hoy, quizás por las prisas, se me olvida bastante a menudo
mirar al firmamento intentando (sin conseguir) cerciorarme que aquella
emancipación de las aves de ciudad eran, solamente, maniobras irregulares sin
ningún fin importante relacionado con alguna clase de nomadismo al continuar,
actualmente, creyendo firmemente en la inteligencia animal.
Y es que la migración siempre está marcada por su
estacionalidad anual ya que su ventaja primaria no deja de ser energética:
(…los días más largos de verano en el norte proveen mayores
oportunidades a las aves en reproducción de alimentar a sus polluelos. La
extensión de las horas del día les permite a las aves diurnas producir nidadas más
grandes que las especies emparentadas no migratorias que permanecen en los trópicos
todo el año para, regresar, a medida que los días se acortan en otoño a donde
el suministro de alimento disponible varía poco con la estación…)
Probablemente uno más de esos ejemplos de supervivencia que
tenemos al lado nuestro y al que no prestamos atención hasta que no vemos las
barbas de nuestro vecino quemar.
Pero no nos equivoquemos queridos ecologistas, el
desplazamiento geográfico de individuos o grupos por causas económicas o
sociales también se considera migración en la definición del diccionario de
turno y, actualmente por desgracia, parece que se está poniendo de moda en un
país como el nuestro.
Si nos damos cuenta, el desplazamiento temporal es una
actividad practicada con nocturnidad y alevosía en los pequeños círculos
urbanos de las relaciones sociales al distanciarse los valores básicos de la
evolución individual de cada personaje.
Hay conductas que dejan paso a otro tipo de satisfacciones y
responsabilidades marcadas por un sistema que nos dicta una máxima teórica a la
que agarrarse y en la que no todos cabemos.
Eso produce un distanciamiento de las afinidades que una vez
estuvieron igualadas para, como siempre, perder la silueta de aquél que fue
cercano entre las sombras chinescas de una existencia moral.
La línea divisoria que va del tedio a la razón es lo
suficientemente frágil como para tener que elegir entre el olvido y la memoria.
Las circunstancias actuales, interesantemente, están
cambiando este concepto al descomponer la estrategia marcada anteriormente
cuando el milagro de los panes y los peces existía cada día y las expectativas eran
siempre mayores que el deseo aquel de seguir soñando.
Las dificultades vuelven de nuevo a obligarnos a mirar al horizonte
de manera diferente acercándonos otra vez a algo parecido
a la igualdad para el común de unos mortales que solo han estado en la tribuna
de invitados.
Otros, los del palco, siguen resistiéndose a salir de la
zona V.I.P. observando a la plebe desde la frustración de no sentirse
importantes.
Pero, queridos camaradas, todo concepto cambia al disponer de
un enemigo común y necesitar, de nuevo, la compañía extraña que una vez se dejo
atrás para seguir “progresando”.
Si algún merito doy a la clase dirigente reinante en este
momento es exactamente esa, la de conseguir unir a todo un colectivo contra
unas medidas que cada día más dividen a toda una comunidad que no es tan
diferente como se pensaba.
No en vano la política es el arte de obtener dinero de los
ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los
otros.
Y es que cuanto más siniestros son los deseos de un político,
más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.
Por eso, ahora que la migración la están ejerciendo los
miles y miles de jóvenes preparados que tiene que abandonar todo buscando una
oportunidad, parémonos a reflexionar sobre quienes somos, a donde vamos y de
donde venimos.
George Orwell decía que en un mundo de mentiras, decir la
verdad es algo realmente revolucionario.
Venimos y vivimos de las mentiras que nos hemos querido
creer para enfatizar los sentimientos de supervivencia aquellos en los que la
ilusión de la equidad reinaban por los poros de todo aquel ser humano que
tuviera corazón.
Benditas mentiras.
Benditos bastardos.