Cuál sería la
definición exacta de una situación actual que por un lado es inquieta, por otro
insostenible y por aquello de las energías más o menos renovables pudiera ser a
su vez esperanzadora.
Supongo que la
expresión más cercana al límite de un posible desamparo sería aquella de la
desubicación que embarga casi a diario todos los planes de futuro de una
generación acomodada en las formas y en los modos que otros, probablemente
gentes de bien con la misma intransigencia, dictaron ante los medios en
aquellos momentos ya olvidados en los que la orientación y la dirección poco tenían
que ver.
Al pasear por la
calles embadurnadas de humo en las que muchas jornadas me dejo caer, observo en
el general de una visión introspectiva las mismas miradas de siempre caminar en
silencio con la distinta percepción de un horizonte cercano y aparentemente
similar a uno de aquellos con los que, no hace demasiado tiempo atrás,
consiguieron alternar en modo avión en el periodo en que los móviles no
alteraban las comunicaciones de cualquier punto de vista en una perspectiva
determinada.
Eran tiempos en los
que la concurrencia sonreía al caminar sin ese brillo característico de la
preocupación que hoy se distingue entre las sombras que las pestañas depositan
en las corneas de la desesperación.
Sí, recuerdo la
música de las orquestas en las fiestas de barrio pobre anunciando la llegada de
otro verano prometedor donde el único objetivo asumible era comprender el
destino estival del descanso eterno en las costas mediterráneas. Largas
jornadas al sol de la felicidad de saberse emancipado de las obligaciones
contractuales que embadurnaban la nómina de todo una año de servidumbre a
aquella patria, recapitulemos, que todavía no sabía lo que era ganar un
campeonato del mundo de fútbol.
Se respiraba, por
decirlo de alguna manera, un espíritu
dispar al que hoy presencio en el colectivo frente a una hoguera de San Juan en
la que ya no quedan demasiadas cosas que quemar y son tan solo los restos de hollín los que nos muestran simplemente la
presencia de el sol en el trópico de un Cáncer despiadado y sádico en el solsticio
de la felicidad.
Y es que aquí, en el
hemisferio boreal, las cosas ya no son lo que parecían ser.
La lógica nos lleva a
entender que la noche más corta del año no debería servir para soñar.
EL grado de
incredulidad de un colectivo estancado en estos regímenes dictados a sangre y
fuego por los estamentos socio económicos en los que nos encontramos, nos lleva
a resaltar el importante aumento de esa malaventuranza a la que todos temen y
en la que estamos depositando las pocas esperanzas de un futuro incierto
condicionando, condicionándonos, a cambiar los objetivos sufridos por los que
hasta ahora decidimos luchar para, no me digas la razón, delegar de nuevo en
intereses creados para manejar a su antojo a una sociedad confusa y recelosa
por evitar aquello que nos contaron de un pasado no demasiado alejado de la
realidad a la que hoy nos enfrentamos y en el que la miseria, en todas sus
formas, promulgaba las maneras de vivir de una generación que sacrifico su
bienestar por el de unos descendientes que, en algunos casos, confundieron
equidad con egoísmo dentro de la ignorancia propia de aquellos que se
establecieron en la comodidad de tener, teóricamente, una vida resuelta con la
ley de un mínimo esfuerzo conseguido con promesas electorales descabelladas en
la que todos creyeron.
Y la mirada dicen, es
el espejo del alma.
La decepción, en este
consorcio que conocemos como sociedad, es demasiado habitual como para percatarnos
de lo inconsistente que puede resultar la lógica de lo improductivo en un mundo
global cada vez más individualista en todos los conceptos deseables, tanto a
nivel general como particular, llevándonos en picado a un camino sin retorno
del que, mucho me temo, no sabremos salir.
Las falacias,
respaldadas por unos medios de comunicación destinados a generar beneficios,
forman parte del aparato de un sistema enfocado única y exclusivamente a
incrementar la desigualdad social de una humanidad que se desarma al compás de
la ambición por el ansiado "Poder" de las maniobras orquestales en la
oscuridad.
Y es la confianza el
precio que estamos pagando por nuestros pecados.
Pero no nos
confundamos, a pesar de ser lo suficientemente conscientes de que la maldad es
potestad única y exclusivamente del ser humano (sigo confiando en que son los
menos) también sabemos que el tipo más perverso de la tierra es capaz de llorar
como una magdalena por la muerte de su animal de compañía.
Es muy difícil, decía
un tal Sir Francis Bacon, hacer compatibles la política y la moral. Supongo que
habrá excepciones y supongo que la vida parlamentaria de los aparcados en la
singularidad habrá sido efímera, no lo sé.
Pero en un universo
donde una vida vale menos que otra uno se percata de que en las grandes cosas
los hombres se muestran como les conviene mostrarse mientras que en las
pequeñas se muestran tal y como son.
Y es en ese petit
comité donde ves a tus vecinos caminar por las calles que rodean tu portal para
entender que ciertas "grandes cosas" no están a la altura de unos
cuantos y que la verdad, como la esencia, viene en frascos pequeños.
Pero a vísperas de un
verano irregular en lo que a lo climatológicamente normal entendemos, no
quisiera acabar de forma tan negativa una crónica que aunque no niega una
evidencia, si debería intentar optimizar todo en cuestión de la voluntad que es
la única capaz de mover montañas.
Y a ella me remito
para seguir teniendo fe en la esperanza de una gran mayoría que vive y deja
vivir.
Saquemos las
conclusiones positivas que debemos poner encima de la mesa.
Y repito, quizás los
ojos son los que nunca mienten al mirar de frente.
Permítanme homenajear,
cambiando de tema, a una de las mejores series televisivas que he podido
disfrutar en estos últimos tiempos y cerremos el “post” con uno de esos temas
que nos hacen ver el lado optimista de las cosas.
La canción es de “Journey”
y se titula “Don´t stop believin’” y para despistados es el tema de la escena
final de “Los soprano” como homenaje a su desaparecido protagonista.
Cierro con dos
miradas elegidas ante notario al azar.
-Esta semana se ha
muerto el actor James Gandolfini más conocido como Tony Soprano en la serie de
ficción del mismo nombre.
SI algo puedo
destacar de su trabajo y de la construcción de ese personaje que nos maravillo
a todos es exactamente eso, su mirada. Un tipo soez, que como a diferencia del
Padrino son todos los gánsteres de la producción, fue capaz de encandilarnos
gracias la empatía que desprendía un personaje nada convencional y demasiado
alejado de unos parámetros lo suficientemente morales como para entender esa
predilección por lo más indecoroso de la serie.
Gran trabajo y una
gran pérdida.
- La solemne frialdad
de una expresión visual en la que no se distingue nada dentro y en la que ese vacío
hace temer al personaje, hace que vea en José Bretón toda esa maldad
enrabiateda de aquél que aunque habita en este mundo, no pertenece a él.
Escalofriantes
estampas de un juicio en el que la realidad supera con creces ficción alguna.