En la costa pacífica de Canadá existe una de las tres
ciudades que en dos mil dos fueron consideradas como las mejores en calidad de
vida de todo el planeta y también, todo hay que decirlo, una de la más caras, solo superada por Toronto en una lista de ciento cuarenta
y cuatro ciudades del mundo y que en dos mil diez tuvo el honor de celebrar
los juegos olímpicos y Paralímpicos de invierno.
No se si ya lo habías adivinado pero me estoy refiriendo, como no podía ser de otra manera a Vancouver.
No tengo la suerte de conocer aquellos parajes del norte del enorme continente americano pero entiendo, no es difícil hacerlo, que debe ser una maravilla desconectar de la rutina actual de tu entorno y ciudad para renacer al otro lado del mundo.
Si a esto añadimos una afición desmesurada por el noble arte
del esquí, estaremos hablando, palabras mayores, de la mayor expresión orgásmica
de la disociación, por utilizar un término más o menos científico, más
absoluta.
Encima, en lo alto de aquella montaña donde el cielo esta
más cerca que nunca de tu espíritu aventurero con tintes recreativos, digo yo,
que uno se olvida completamente de sus orígenes mientras se desliza por encima
de la capa blanca de la pista de turno para “volar” en el suelo de la liberación.
Por desgracia desconozco esa sensación.
Aquí, a miles de kilómetros de la felicidad, el cielo sigue
estando lo suficientemente lejos como para aspirar a cualquier clase de liberación
burocrática que se presente dentro de los enclaves más grises de un asfalto que,
probablemente en nada, se asemeje a esa agua helada que se desprende de las
nubes en forma de cristales sumamente pequeños, los cuales, agrupándose al caer,
llegan al suelo transformándose en copos blancos dibujando el hermoso paisaje
de las zonas vírgenes que todavía quedan en la naturaleza.
Es lo que tiene pertenecer a un mundo lleno de contrastes.
Aquí discutimos sobre las formas y los modos en la que los
despidos improcedentes se suelen saldar con la pérdida o ganancia de un
finiquito que, teóricamente, se debería negociar con el patrón de turno para,
en ocasiones, saldar las deudas de la responsabilidad del ejercicio laboral
realizado sin pensar, ni siquiera un momento, en la satisfacción del deber bien
hecho.
Y es que si por algo nos caracterizamos es por la canallesca
cultural de un país demasiado entregado a la picaresca más absoluta desde
siglos inmemoriales.
Es cierto que vivimos demasiado alejados de cualquier paraíso
que se precie como para pararnos a pensar en él siendo, en ocasiones, victimas
directas de la búsqueda de un nirvana limítrofe a nuestras expectativas vecinales.
Supongo que desde allí, desde lo alto, las cosas se ven con
una sutil diferencia.
Allí los pagos se deben ver como indemnizaciones por despido
al conocer las retribuciones puntuales a la seguridad social hasta hace dos
meses de un “trabajador” (supongo que se le puede llamar así) que había renunciado al puesto dos años
antes.
Vamos, o así nos lo quieren vender.
Un tipo como yo, que aunque reconozco que he disfrutado de
los pecados carnales de las letradas más preparadas de un país en recesión,
tiene más bien poca idea de legislación laboral en casos como este al no
entender, y lo voy a explicar como si tuviera nueve años, que la indemnización
se pacta si el despido es improcedente.
Osease, ¿por qué cobra (me da igual que sea de un solo pago
o fraccionariamente) la compensación de turno un tipo (teóricamente) despedido
por su imputación en un caso de corrupción?
¿Puede ser que no fuera despedido?
Y si es así ¿por qué no lo fue?
Me lo expliquen.
Si a esto añadimos en plena vorágine social de desesperanza
y frustración por las dificultades económicas de la prima de un riesgo que ya
no es moderado, que se le descubren vía sumarial distintas cuentas millonarias
en países extranjeros donde el interés será de un tipo más bien egoísta, qué confianza nos pueden quedar en un sistema en el que en la persona que esta siendo cuestionada era uno de sus máximos exponentes.
Supongo que una explicación medianamente convincente para
un populacho cansado ya de ver entre sus narices como le escupen a la cara sería suficiente,
tiene cojones que encima se permitan exigir prudencia, moderación y sacrificio en lo más crudo de
un invierno con poca nieve
Pues ni eso.
Se dedican a ocultar un salario disfrazándolo de finiquito.
La política de negar las evidencias utilizando términos más
o menos desafortunados para cambiar el prisma de color, ( a ver si se dan
cuenta), ya no produce el efecto deseado en una ciudadanía cansada de esperar
milagros y harta de las confusiones dialécticas del vocabulario estatal de
unos gobernantes realmente detestables.
Mientras unos se aprovechan de los parajes más sofisticados
del negocio invernal en lugares poco comunes y transitados para los mortales, otros, se quitan la vida ante las órdenes de un desahucio anunciado.
Y ESTO ES MUY FUERTE SEÑORES.
Como es posible que el tesorero político más mediático de
una democracia que cada vez es más mentira se evada, personal y espiritualmente
de la probablemente peor crisis de gobierno (a niveles económicos) de un país
sumergido en la miseria más absoluta, a un destino lejano y paradisiaco dejando
vendidos, entre otros, a los propios miembros de lo que al menos, era su
partido.
Y por qué, me pregunto yo, un imputado multimillonario tiene
total inmunidad para salir a su antojo de un territorio nacional con su
legislación vigente.
Supongo que debo visitar alguna vez antes de morirme Vancouver
para entenderlo.