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sábado, 16 de febrero de 2013

"SEMANA BLANCA, DINERO NEGRO"


En la costa pacífica de Canadá existe una de las tres ciudades que en dos mil dos fueron consideradas como las mejores en calidad de vida de todo el planeta y también, todo hay que decirlo, una de la más caras, solo superada por Toronto en una lista de ciento cuarenta y cuatro ciudades del mundo y que en dos mil diez tuvo el honor de celebrar los juegos olímpicos y Paralímpicos de invierno.

No se si ya lo habías adivinado pero me estoy refiriendo, como no podía ser de otra manera a  Vancouver.

No tengo la suerte de conocer aquellos parajes del norte del enorme continente americano pero entiendo, no es difícil hacerlo, que debe ser una maravilla desconectar de la rutina actual de tu entorno y ciudad para renacer al otro lado del mundo.
Si a esto añadimos una afición desmesurada por el noble arte del esquí, estaremos hablando, palabras mayores, de la mayor expresión orgásmica de la disociación, por utilizar un término más o menos científico, más absoluta.

Encima, en lo alto de aquella montaña donde el cielo esta más cerca que nunca de tu espíritu aventurero con tintes recreativos, digo yo, que uno se olvida completamente de sus orígenes mientras se desliza por encima de la capa blanca de la pista de turno para “volar” en el suelo de la liberación.

Por desgracia desconozco esa sensación.

Aquí, a miles de kilómetros de la felicidad, el cielo sigue estando lo suficientemente lejos como para aspirar a cualquier clase de liberación burocrática que se presente dentro de los enclaves más grises de un asfalto que, probablemente en nada, se asemeje a esa agua helada que se desprende de las nubes en forma de cristales sumamente pequeños, los cuales, agrupándose al caer, llegan al suelo transformándose en copos blancos dibujando el hermoso paisaje de las zonas vírgenes que todavía quedan en la naturaleza.

Es lo que tiene pertenecer a un mundo lleno de contrastes.

Aquí discutimos sobre las formas y los modos en la que los despidos improcedentes se suelen saldar con la pérdida o ganancia de un finiquito que, teóricamente, se debería negociar con el patrón de turno para, en ocasiones, saldar las deudas de la responsabilidad del ejercicio laboral realizado sin pensar, ni siquiera un momento, en la satisfacción del deber bien hecho.
Y es que si por algo nos caracterizamos es por la canallesca cultural de un país demasiado entregado a la picaresca más absoluta desde siglos inmemoriales.

Es cierto que vivimos demasiado alejados de cualquier paraíso que se precie como para pararnos a pensar en él siendo, en ocasiones, victimas directas de la búsqueda de un nirvana limítrofe a nuestras expectativas vecinales.

Supongo que desde allí, desde lo alto, las cosas se ven con una sutil diferencia.

Allí los pagos se deben ver como indemnizaciones por despido al conocer las retribuciones puntuales a la seguridad social hasta hace dos meses de un “trabajador” (supongo que se le puede llamar así)  que había renunciado al puesto dos años antes.

Vamos, o así nos lo quieren vender.

Un tipo como yo, que aunque reconozco que he disfrutado de los pecados carnales de las letradas más preparadas de un país en recesión, tiene más bien poca idea de legislación laboral en casos como este al no entender, y lo voy a explicar como si tuviera nueve años, que la indemnización se pacta si el despido es improcedente.

Osease, ¿por qué cobra (me da igual que sea de un solo pago o fraccionariamente) la compensación de turno un tipo (teóricamente) despedido por su imputación en un caso de corrupción? 
¿Puede ser que no fuera despedido?
Y si es así ¿por qué no lo fue?
Me lo expliquen.

Si a esto añadimos en plena vorágine social de desesperanza y frustración por las dificultades económicas de la prima de un riesgo que ya no es moderado, que se le descubren vía sumarial distintas cuentas millonarias en países extranjeros donde el interés será de un tipo más bien egoísta, qué confianza nos pueden quedar en un sistema en el que en la persona que esta siendo cuestionada era uno de sus máximos exponentes.

Supongo que una explicación medianamente convincente para un populacho cansado ya de ver entre sus narices como le escupen a la cara sería suficiente, tiene cojones que encima se permitan exigir prudencia, moderación y sacrificio en lo más crudo de un invierno con poca nieve

Pues ni eso.
Se dedican a ocultar un salario disfrazándolo de finiquito.

La política de negar las evidencias utilizando términos más o menos desafortunados para cambiar el prisma de color, ( a ver si se dan cuenta), ya no produce el efecto deseado en una ciudadanía cansada de esperar milagros y harta de las confusiones dialécticas del vocabulario estatal de unos gobernantes realmente detestables.

Mientras unos se aprovechan de los parajes más sofisticados del negocio invernal en lugares poco comunes y transitados para los mortales, otros, se quitan la vida ante las órdenes de un desahucio anunciado.

Y ESTO ES MUY FUERTE SEÑORES.

Como es posible que el tesorero político más mediático de una democracia que cada vez es más mentira se evada, personal y espiritualmente de la probablemente peor crisis de gobierno (a niveles económicos) de un país sumergido en la miseria más absoluta, a un destino lejano y paradisiaco dejando vendidos, entre otros, a los propios miembros de lo que al menos, era su partido.

Y por qué, me pregunto yo, un imputado multimillonario tiene total inmunidad para salir a su antojo de un territorio nacional con su legislación vigente.

Supongo que debo visitar alguna vez antes de morirme Vancouver para entenderlo.

martes, 12 de febrero de 2013

"NOTAS OBSCENAS DE UN CARNAVAL CUALQUIERA"


La borrasca invade todo el territorio nacional sin la piedad moderada de la primavera que se avecina pero que todavía se ve lejana en el horizonte cáustico de la presión atmosférica de los tiempos que corren.

El frío se va calando en el cuerpo interrumpiendo que el carnaval luzca en todo su esplendor anunciando que después de la ceniza volverá a llegar la temida cuaresma en la que estamos depositando las esperanzas frágiles de la confianza a unos estamentos, con cientos de estatutos, que nunca seremos capaces de descifrar.

La lujuria ha dado paso al comedimiento de los embargos de bienes que alteran cualquier posible serenidad trabajada en busca de un desasosiego infinito en el almanaque de la resurrección.

Las televisiones anuncian productos capilares clínicamente probados a los miles de espectadores que, mando a distancia en la mano, intentan cambiar de canal para no comerse el reclamo de turno de la campaña de turno de la compañía de turno que, como siempre, divulgará esperanzas alopécicas al noble pueblo que poco a poco va perdiendo su hermosa cabellera.

Los encuentros decisivos de las distintas competiciones futbolísticas en las que estamos envueltos, volverán, como las oscuras golondrinas, a desplazar la comunicación real e importante de los asuntos que más o menos nos pueden afectar de una manera directa para, como la heroína, desplazarnos a sensaciones colectivas de una euforia irreal en virtud del resultado acontecido en el partido de turno.

Los abogados seguirán encerrados inmersos en demasiado papeleo como para administrar ninguna clase de justicia con el beneplácito de unos legisladores que elevan las tasas a niveles no aptos para la ecuanimidad de posibles sentencias arbitrarias en el abismo de un arbitraje, como mínimo, sospechoso.

Las amas de casa buscaran trabajo para cooperar en la difícil tesis de cualquier economía domestica que levantar sin, por supuesto, abandonar sus obligaciones conyugales de comprensión a maridos desempleados.

Los mancebos explorarán, sin resultados, las distintas vertientes laborales con las que enfrentarse en un futuro no demasiado lejano para la, ansiada, vida moderna cargada de independencia con la que soñaron la primera vez que tuvieron una novia que les abandono por cualquiera.

Las mancebas estudiaran en silencio para, al menos, confiarse a su propio destino escapando del terror atroz de la dependencia de cualquier posible enemigo más o menos cercano y que aún está por descubrirse.

Los autónomos se cagaran en lo más sagrado.

Los chigreros notaran las bajas de la batalla que acontece en directo justo delante de la puerta de un local que cada vez se ve más grande por semana y en el que la música vale dinero.

Los médicos y demás personal sanitario ansiaran los tiempos pasados y buscaran en lo público todo aquello que se les negó en lo privado para, creo yo, mantener los salvoconductos de la estabilidad emocional de aquél que, con razón, entiende la sanidad siempre como algo beneficioso para una sociedad que demasiadas veces piensa en las pérdidas.

Los mineros harán cruces y renegaran de Dios, quien diría les pillara por sorpresa la tragedia repetida.  

Los artistas sufrirán la pesada losa del aumento de los impuestos en las entradas, la bajada abismal de las subvenciones y la desesperación propia de la insatisfacción vital de aquel que se siente desplazado por los acontecimientos que rodean el “karma” infantil del optimismo moderado de la creación.

Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se mantendrán, después de lavarse las manos, en alerta ante posibles revoluciones de las que probablemente formen más parte de lo creen.

Los inmigrantes despertaran del sueño aquel que tuvieron un verano a las orillas del mar al descubrir que la emigración se pone de moda incluso para los autóctonos.

Los políticos seguirán agarrándose al palo ardiendo de la inmunidad parlamentaria sin entender que algún día se van a quemar.

Los bomberos estarán atentos.

Los elefantes temerán a los monarcas de más de cincuenta años mientras los yernos “reales”, tipos altos que fueron olímpicos, evitaran su presencia en actos públicos para, como decirlo, no molestar.

Las reinas, gracias a Dios, seguirán alegrando mis jornadas entusiastas de botellín y tapa en el bar aquel de cuyo nombre no puedo acordarme.

Los psiquiatras se harán de oro.
Los psicólogos serán argentinos enamorados de la clase técnica de un jugador nacido para deslumbrar a un mundo que no es portugués.

Los tesoreros declararan las cuentas pendientes en tribunales oscuros y lúgubres, los joyeros visitaran los países nórdicos y los banqueros te sacaran los ojos nuevamente luciendo teatralmente su sonrisa de “Profident” al domiciliar la nómina.

Corea del Norte hará pruebas nucleares, Corea del Sur lo denunciará.

Pero lo más duro queridos compañeros es afrontar con serenidad la renuncia de “El Santo padre” a sus obligaciones.
Supongo que las tesis arcaicas de un tipo vetusto afectado por demasiados frentes abiertos en el país más pequeño del mundo no influirán en el hecho constatado de que nadie es lo suficientemente importante como para cuestionar mi fe.

De todas maneras me llena de orgullo y satisfacción entender que hay gente en las alturas dispuesta a renunciar a sus funciones al entender que es lo mejor para la institución de turno políticamente hablando.

A ver si alguien más aprende. 

martes, 5 de febrero de 2013

"ESTAS NO SON LAS MAÑANITAS QUE CANTABA EL REY DAVID"


Los crápulas, gentes de bien que se esconden del mundo en la oscura madrugada, saben perfectamente que en la noche nada es lo que aparentemente parecía desde un principio.

Los nocturnos, gentes que sufren problemas de insomnio, saben que tienen un problema cuando se levantan de una cama en la que nunca pudieron conciliar el sueño y envidian sanamente a los crápulas al entender, como es lógico, que la elección de su desvelo es voluntaria y por tanto diferente para el planteamiento mental aquél que te aleja de la depresión.

Los primeros, individuos e individuas especializados en afrontar casos importantes de decadencia humana en esas horas de neón y garrafa, salen a la madrugada preparados para investirse doctores honoris causa del comportamiento social de una sociedad cada vez más individualista que, manda huevos, solo se atreve a cambiar de espíritu envuelta en el corsé del anonimato que te dan los bares clandestinos de última hora donde la imaginación, el vicio y el alcohol hacen de aquel colectivo una presa fácil para aquellas sombras de la noche que saben distinguir a los corazones que siguen sonando como aquel reloj envuelto en algodón y que les hacen fácilmente ser observados, confundidos y delatados por aquellos trasnochadores que se la saben todas.

Si lo pensamos un poco es lo suficientemente lógico como un documental de la dos a la hora de la siesta: 
-"en el ecosistema, hábitat es el ambiente que ocupa una población biológica en un espacio que reúne las condiciones adecuadas para que la especie pueda residir y reproducirse, perpetuando su presencia"-.

Y contra eso no se puede luchar.

Pero cuidado, hay grandes falsos profetas del “petit comité” que subsisten en pequeños centros de atención sintiéndose grandes sin capacidad, ni bemoles, para acceder a mundos más grandes y más complicados  fuera de la línea de tiza que marca su propio criterio y que delimita (y limita) su capacidad para el riesgo y reduce aquél territorio a la nada más absoluta al comparecer ante cualquier corazón intrépido que, por poco que sepa, ha sabido salir de casa.

Pero volvamos a la cuestión libertina de los calaveras y reconozcamos como propio y propicio el homenaje a mi querido Edgar Allan Poe al introducir en el texto aquello de “un corazón delator” al que descubren los malos como en esa película de Hollywood que te mantiene en tensión en el sofá de tu apacible casa.
Si alguien alguna vez supo hablar de la noche dentro de la novela gótica ese fue el genio de Baltimore que, con sus  cuentos de terror, describió perfectamente la magia de esas horas intempestivas en las que lo real, muchas veces, se mezclaba con el enigma que la oscuridad y las sombras producen en el cerebelo imaginativo de cualquier mortal con inquietudes y al que no todo el mundo se atreve a asomarse.

Y es que, chicos, hay ventanas que es mejor dejarlas cerradas.

No descartó que los vampiros que nos dormimos, muchas madrugadas, cuando ya está a punto de salir el sol, podamos aparentar un karma de libertinos a  aquellos encerrados en los tópicos mortales de la rutina más despiadada, no lo sé. 
Quizás he de reconocer que hay tipos con opinión que no merecen ninguna clase de respeto por su falta de credibilidad al carecer de ninguna clase de experiencia vital en casi nada y que generalmente afirman la teoría de lujuria desde el desconocimiento propio de los castos que nunca cruzaron, salvo en pensamientos, el umbral del pecado.

Los asesores de la vida moderna son ese tipo de individuos que se creen las mentiras con las que han crecido y que han ido construyendo su personalidad a base de frustraciones, complejos y demasiada ira encerrada como para justificar, desde la salud propia de la tolerancia, cualquier identidad que se separé del camino marcado que les toca recorrer por una convicción que ya poco tiene de personal y demasiado de general como para entenderla.

Pero, escucha, no soy yo el que los va a juzgar.

La misma personalidad de las miles de almas que entre semana se disfrazan de profesionales de cualquier especialidad entra, de repente, en un trance especial al llegar o acercarse el fin de semana para, ¿como definirlo?, ¿liberarse?.

Y es entonces cuando los cambios suelen ser más radicales en las formas y en los modos de ese colectivo enclavado en sus frustraciones que, a veces, extralimita cuerpo y mente por unos segundos con la única intención de saborear la emancipación aquella que una vez soñaron.

Al despertar descubrieron que los planetas más o menos alejados de lo que su percepción pudiera imaginar y qué, muy importante, no siempre tiene que ser positivo para la salud mental de aquel que con criterio, se queda sin él, también tenían vida propia.

Entenderéis por tanto mi reacción ante ella.
Entenderéis aquel homicidio.





Fragmento de “El corazón delator” de Poe:

 Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!                     ¡Donde está latiendo su horrible corazón!