Los crápulas, gentes de bien que se esconden del mundo en la
oscura madrugada, saben perfectamente que en la noche nada es lo que
aparentemente parecía desde un principio.
Los nocturnos, gentes que sufren problemas de insomnio,
saben que tienen un problema cuando se levantan de una cama en la que nunca
pudieron conciliar el sueño y envidian sanamente a los crápulas al entender,
como es lógico, que la elección de su desvelo es voluntaria y por tanto
diferente para el planteamiento mental aquél que te aleja de la depresión.
Los primeros, individuos e individuas especializados en
afrontar casos importantes de decadencia humana en esas horas de neón y
garrafa, salen a la madrugada preparados para investirse doctores honoris causa
del comportamiento social de una sociedad cada vez más individualista que,
manda huevos, solo se atreve a cambiar de espíritu envuelta en el corsé del
anonimato que te dan los bares clandestinos de última hora donde la imaginación,
el vicio y el alcohol hacen de aquel colectivo una presa fácil para aquellas
sombras de la noche que saben distinguir a los corazones que siguen sonando como
aquel reloj envuelto en algodón y que les hacen fácilmente ser observados,
confundidos y delatados por aquellos trasnochadores que se la saben todas.
Si lo pensamos un poco es lo suficientemente lógico como un
documental de la dos a la hora de la siesta:
-"en el ecosistema, hábitat es el ambiente que ocupa una
población biológica en un espacio que reúne las condiciones adecuadas para que
la especie pueda residir y reproducirse, perpetuando su presencia"-.
Y contra eso no se puede luchar.
Pero cuidado, hay grandes falsos profetas del “petit comité”
que subsisten en pequeños centros de atención sintiéndose grandes sin
capacidad, ni bemoles, para acceder a mundos más grandes y más complicados fuera de la línea de tiza que marca su propio
criterio y que delimita (y limita) su capacidad para el riesgo y reduce aquél
territorio a la nada más absoluta al comparecer ante cualquier corazón intrépido
que, por poco que sepa, ha sabido salir de casa.
Pero volvamos a la cuestión libertina de los calaveras y
reconozcamos como propio y propicio el homenaje a mi querido Edgar Allan Poe al
introducir en el texto aquello de “un corazón delator” al que descubren los
malos como en esa película de Hollywood que te mantiene en tensión en el sofá
de tu apacible casa.
Si alguien alguna vez supo hablar de la noche dentro de la
novela gótica ese fue el genio de Baltimore que, con sus cuentos de terror, describió perfectamente la
magia de esas horas intempestivas en las que lo real, muchas veces, se mezclaba
con el enigma que la oscuridad y las sombras producen en el cerebelo imaginativo
de cualquier mortal con inquietudes y al que no todo el mundo se atreve a
asomarse.
Y es que, chicos, hay ventanas que es mejor dejarlas
cerradas.
No descartó que los vampiros que nos dormimos, muchas
madrugadas, cuando ya está a punto de salir el sol, podamos aparentar un karma
de libertinos a aquellos encerrados en
los tópicos mortales de la rutina más despiadada, no lo sé.
Quizás he de
reconocer que hay tipos con opinión que no merecen ninguna clase de respeto por
su falta de credibilidad al carecer de ninguna clase de experiencia vital en
casi nada y que generalmente afirman la teoría de lujuria desde el
desconocimiento propio de los castos que nunca cruzaron, salvo en pensamientos,
el umbral del pecado.
Los asesores de la vida moderna son ese tipo de individuos
que se creen las mentiras con las que han crecido y que han ido construyendo su
personalidad a base de frustraciones, complejos y demasiada ira encerrada como
para justificar, desde la salud propia de la tolerancia, cualquier identidad
que se separé del camino marcado que les toca recorrer por una convicción que
ya poco tiene de personal y demasiado de general como para entenderla.
Pero, escucha, no soy yo el que los va a juzgar.
La misma personalidad de las miles de almas que entre semana
se disfrazan de profesionales de cualquier especialidad entra, de repente, en un
trance especial al llegar o acercarse el fin de semana para, ¿como definirlo?, ¿liberarse?.
Y es entonces cuando los cambios suelen ser más radicales en
las formas y en los modos de ese colectivo enclavado en sus frustraciones que,
a veces, extralimita cuerpo y mente por unos segundos con la única intención de saborear la emancipación aquella que una vez soñaron.
Al despertar descubrieron que los planetas más o menos
alejados de lo que su percepción pudiera imaginar y qué, muy importante, no
siempre tiene que ser positivo para la salud mental de aquel que con criterio,
se queda sin él, también tenían vida propia.
Entenderéis por tanto mi reacción ante ella.
Entenderéis aquel homicidio.
Fragmento de “El corazón delator” de Poe:
Y
entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible
que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban!
¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo
pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier
cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus
sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra
vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir,
malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí...
ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!
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