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martes, 5 de febrero de 2013

"ESTAS NO SON LAS MAÑANITAS QUE CANTABA EL REY DAVID"


Los crápulas, gentes de bien que se esconden del mundo en la oscura madrugada, saben perfectamente que en la noche nada es lo que aparentemente parecía desde un principio.

Los nocturnos, gentes que sufren problemas de insomnio, saben que tienen un problema cuando se levantan de una cama en la que nunca pudieron conciliar el sueño y envidian sanamente a los crápulas al entender, como es lógico, que la elección de su desvelo es voluntaria y por tanto diferente para el planteamiento mental aquél que te aleja de la depresión.

Los primeros, individuos e individuas especializados en afrontar casos importantes de decadencia humana en esas horas de neón y garrafa, salen a la madrugada preparados para investirse doctores honoris causa del comportamiento social de una sociedad cada vez más individualista que, manda huevos, solo se atreve a cambiar de espíritu envuelta en el corsé del anonimato que te dan los bares clandestinos de última hora donde la imaginación, el vicio y el alcohol hacen de aquel colectivo una presa fácil para aquellas sombras de la noche que saben distinguir a los corazones que siguen sonando como aquel reloj envuelto en algodón y que les hacen fácilmente ser observados, confundidos y delatados por aquellos trasnochadores que se la saben todas.

Si lo pensamos un poco es lo suficientemente lógico como un documental de la dos a la hora de la siesta: 
-"en el ecosistema, hábitat es el ambiente que ocupa una población biológica en un espacio que reúne las condiciones adecuadas para que la especie pueda residir y reproducirse, perpetuando su presencia"-.

Y contra eso no se puede luchar.

Pero cuidado, hay grandes falsos profetas del “petit comité” que subsisten en pequeños centros de atención sintiéndose grandes sin capacidad, ni bemoles, para acceder a mundos más grandes y más complicados  fuera de la línea de tiza que marca su propio criterio y que delimita (y limita) su capacidad para el riesgo y reduce aquél territorio a la nada más absoluta al comparecer ante cualquier corazón intrépido que, por poco que sepa, ha sabido salir de casa.

Pero volvamos a la cuestión libertina de los calaveras y reconozcamos como propio y propicio el homenaje a mi querido Edgar Allan Poe al introducir en el texto aquello de “un corazón delator” al que descubren los malos como en esa película de Hollywood que te mantiene en tensión en el sofá de tu apacible casa.
Si alguien alguna vez supo hablar de la noche dentro de la novela gótica ese fue el genio de Baltimore que, con sus  cuentos de terror, describió perfectamente la magia de esas horas intempestivas en las que lo real, muchas veces, se mezclaba con el enigma que la oscuridad y las sombras producen en el cerebelo imaginativo de cualquier mortal con inquietudes y al que no todo el mundo se atreve a asomarse.

Y es que, chicos, hay ventanas que es mejor dejarlas cerradas.

No descartó que los vampiros que nos dormimos, muchas madrugadas, cuando ya está a punto de salir el sol, podamos aparentar un karma de libertinos a  aquellos encerrados en los tópicos mortales de la rutina más despiadada, no lo sé. 
Quizás he de reconocer que hay tipos con opinión que no merecen ninguna clase de respeto por su falta de credibilidad al carecer de ninguna clase de experiencia vital en casi nada y que generalmente afirman la teoría de lujuria desde el desconocimiento propio de los castos que nunca cruzaron, salvo en pensamientos, el umbral del pecado.

Los asesores de la vida moderna son ese tipo de individuos que se creen las mentiras con las que han crecido y que han ido construyendo su personalidad a base de frustraciones, complejos y demasiada ira encerrada como para justificar, desde la salud propia de la tolerancia, cualquier identidad que se separé del camino marcado que les toca recorrer por una convicción que ya poco tiene de personal y demasiado de general como para entenderla.

Pero, escucha, no soy yo el que los va a juzgar.

La misma personalidad de las miles de almas que entre semana se disfrazan de profesionales de cualquier especialidad entra, de repente, en un trance especial al llegar o acercarse el fin de semana para, ¿como definirlo?, ¿liberarse?.

Y es entonces cuando los cambios suelen ser más radicales en las formas y en los modos de ese colectivo enclavado en sus frustraciones que, a veces, extralimita cuerpo y mente por unos segundos con la única intención de saborear la emancipación aquella que una vez soñaron.

Al despertar descubrieron que los planetas más o menos alejados de lo que su percepción pudiera imaginar y qué, muy importante, no siempre tiene que ser positivo para la salud mental de aquel que con criterio, se queda sin él, también tenían vida propia.

Entenderéis por tanto mi reacción ante ella.
Entenderéis aquel homicidio.





Fragmento de “El corazón delator” de Poe:

 Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!                     ¡Donde está latiendo su horrible corazón!

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