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miércoles, 30 de enero de 2013

"COSAS DE CASA"


Nos vemos en el infierno dijo aquel héroe cinematográfico en una película que probablemente ni recuerde pero de la que, algo en mi subconsciente me dice que la disfruté, hoy, por ejemplo, he recordado la frase con la que quiero titular esta nueva retahíla de ideas con las que me quiero enfrentar esta semana.

La semana empieza de una manera desafortunada al abandonar mi compañía el pequeño calentador de agua caliente que transforma las duchas en intensos momentos de reflexión dentro de aquella mampara empañada que, como en Superman dos, te aísla de las malas energías de el clima exterior en lo más crudo del crudo invierno.
El ensayo general con agua caliente en una cacerola calentada con gas, todo hay que decirlo, fue una ruina que me hizo conocer el dolor y el frío.

Lógicamente, el consejo de sabios reunidos en lo que me queda de neuronas, decidió apostar por llamar al técnico que, como el señor Lobo en aquella película de Tarantino, se acercaría a mi casa para resolver problemas a un módico precio de, me cago en la puta, ochenta y seis pavos por los quince minutos que estuvo sobando el aparato en ese rinconcito de mi cocina que utilizo para dejar las bolsas de plástico y en el que, probablemente por educación, les deje entenderse con toda la intimidad del mundo.

Ahora, con el paso de los días, he de reconocer que la caldera de los cojones todavía no me ha dado ningún problema.

Después de niquelar la casa escondido tras unos guantes de plástico y una fregona que se quiso despegar de su firme palo de alambre que a su vez se quiso despegar de mí, descubrí que la lógica obligaba a sustituir el instrumental defectuoso por uno nuevo que consiguiera finalizar la labor empezada cuatro horas antes por pura casualidad y que me exigía bajar a la calle, concretamente al supermercado abierto justo enfrente de mi portal, para reponer el material deficiente.
Es después, después de bajar y subir, después de finalizar los suelos y acabar con la limpieza, después de las dos, cuando recuerdo la llamada seca y trágica del pintor del seguro que estaba en los umbrales de mi portal para interrumpir esa paz, quizás sabéis de lo que hablo, que solo tienes después de haber estado jodido que no jodiendo.
Que también.
Pues eso, que después de la limpieza vino la reconstrucción de un desastre anunciado horas antes en el teléfono fijo (que ahora se moriría asfixiado debajo de una lona de plástico que impedía que color ensuciara su rostro) donde el empleado había dejado aquel mensaje taxativo para los aprendices de las labores caseras y del que yo no recordaba el recado.

Ósea, tres minutos después de dejarlo todo limpio lo tenía todo lleno de mierda.

Y con esto, eximo de toda responsabilidad al profesional de la pintura contratado por la aseguradora tal y del que solo puedo constatar su competencia en estas lides.

Dos días después, tiempo necesario para olvidar los pequeños desencuentros que con el destino sueles mantener en ese tira afloja pero del que ahora no quiero hablar, descubro con insatisfacción el desprendimiento voluntario de la puerta izquierda de mi armario en las baldosas del suelo (frío, muy frío) de mi habitación para, destornillador en mano, atornillar de nuevo el futuro.

La puerta, supongo que por algún mecanismo de la ciencia como, digo yo, la ley esta de la gravedad, sigue inclinada hacia el sur en la pared del pasillo dando juego a una estancia siempre, quizás, algo olvidada por los inquilinos ya que solo la utilizábamos para salir o entrar, y en donde ahora alberga dudas al entender, creo yo, el hecho de la existencia de una habitación más en la republica independiente de una casa que, si lo miras un poco, no da para mucho más y que por tanto no tardaras en reparar que la puerta es solo una puerta y, tío, no tardaras en reparar gracias a la imposibilidad de reparar la mía.

(Joder, me acabo de releer y me doy cuenta de que me estoy abriendo demasiado a un público que, a lo mejor, no disfruta sabiendo mis interioridades)

Bueno, que el caso es que el nos vemos en el infierno es a veces una frase que la tienes, sin saberlo, metida en casa.

Y cada casa es sagrada, personal e intransferible.

Así que al final, me voy a sincerar, cambiaré el título inicial con el que había pensado titular este “post” dejandolo para otra historia diferente y resumire con el título que vais a leer en primer lugar toda la intrahistoria que esconden estas palabras enrevesadas y que tambien fué el título de un serie americana de mucho éxito en los años noventa.

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