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jueves, 25 de julio de 2013

"SIETE DIAS DE LUTO"

Al despertarme, esta noche de verano, después de intuir el sonido de la lluvia golpear en la ventana descubrí, muy a mi pesar, que ni siquiera había podido conciliar el sueño en esas horas en las que el sol empieza asomarse en el lateral de un cielo enmarcado en los bordes de los edificios que forman, con religiosa geometría, la enmarcación del paraíso que hace mi patio interior sin vistas al Edén.

Pronto me percaté de que ni siquiera esta era una buena madrugada para intentar solucionar el mundo sentado frente a un ordenador viejo y desgastado en el que las palabras se resisten a salir de un alma mortecina que ha ocupado la noche en digerir la actualidad.

Las noticias llegaban envueltas en el desasosiego de saber que lo peor es la parte más intuitiva de un ser humano dispuesto a evitar las desgracias ajenas que anunciaban el final del día festivo.

Y es que ni si quiera una gota se había despistado para caer en el suelo de un Madrid ausente.

Hoy las redes sociales, tan dispuestas en otros momentos a criticar irónicamente la coyuntura de los acontecimientos, lloraban al unísono desde la prudencia de ir, lentamente, conociendo el desenlace de la tragedia acontecida a los pies del apóstol que guía el camino de los fieles de todo un universo creyente.

Y me he imaginado a mi mismo sentado en cualquier vagón mirando al paisaje mientras escucho por los auriculares cualquier canción de los "Doors" esperando tranquilamente la llegada a la estación de una ciudad vestida de gala para recibirme, para recibirnos a los cientos, miles de corazones que elegimos ese destino que nos espera entre la satisfacción de lo lúdico, la pasión de lo místico y la seriedad de lo histórico que nos tiene que ofrecer.

Pero la orquesta no tocó esa noche.

Y dicen que fue después de atravesar un túnel y que después del estruendo todo se quedo en un confuso silencio.
También dicen que solo cuando estas metido en la más profunda oscuridad es cuando, de nuevo, vuelves a ver la luz.
Y con la luz llegaron los primeros gritos desgarradores pidiendo auxilio.

Una vez escuche que la vida es un viaje en tren; que desde la partida vamos dejando cosas en los embarques, se bajan unos y se suben otros al compas del sonido característico de aquel convoy que se desliza irremediablemente hacia un destino final que no siempre hemos elegido y donde a veces no te cercioras, no tienes porque hacerlo, de que la vida va pasando delante de ti.

Hoy lloro a los que se han quedado en el trayecto y sufro por aquellos que siguen esperando en el andén envueltos en la incertidumbre de seguir creyendo en la esperanza del retraso.
Me imagino decenas de móviles sonando sin respuesta con distintas melodías en aquel silencio sepulcral que anuncia el fin de la cobertura.
Nos han preparado para casi todo menos para no sufrir ante los posibles desenlaces de una vida demasiado alejada de la cruel realidad con la que todos nos tenemos que enfrentar.

El infortunio se difuminó en una noche estrellada para dar paso a todos los trámites burocráticos que acompañan a cualquier desastre rememorándonos de nuevo la vulnerabilidad de unas existencias efímeras y documentadas con las que certificar la tragedia.

(Y aparecieron gobernadores, alcaldes, ingenieros….)

Pero en ese tren viajaban demasiadas emociones como para entender la crueldad de un sistema no preparado para los sentimientos.

Supongo que al amanecer todo será más duro.

Es quizás esa vulnerabilidad que mencionaba antes la que también nos hace sacer lo mejor de una individualidad que de repente se convierte en solidaridad para entregarse, sin concesiones, a la colaboración más desinteresada por ese prójimo que lo está pasando mal, demostrándonos, una vez más, que todavía nos queda algo de abnegación en las entrañas.
Lo triste es que solo nos damos cuenta cuando nos sentimos desvalidos por la cercanía de un nuevo suceso que ocupara titulares en una jornada para olvidar.

La sociedad, a diferencia de las instituciones, saca lo mejor de sí misma cuando las dificultades aprietan.

Hoy más que nunca estamos todos allí a la salida de esa curva que delimita la línea que separa y junta a la vida y la muerte en décimas de segundo.

Debería, toda esta frustración, servirnos para reflexionar sobre quien somos y a donde vamos ya que muchas veces el camino elegido no tiene nada que ver con aquel planificado días atrás.

Decía Jim Morrison que el amor no te libra de tu destino, yo solo puedo procesar esa pasión por esas gentes y ese pueblo que hoy se sumerge en las tinieblas de la desgracia desde la cercanía de mi corazón.

Todos viajábamos, de una manera u otra, en ese tren que iba para el norte.

Todos sufrimos hoy el infortunio de no saber que pasara mañana.

jueves, 27 de junio de 2013

"MIRADAS"



Cuál sería la definición exacta de una situación actual que por un lado es inquieta, por otro insostenible y por aquello de las energías más o menos renovables pudiera ser a su vez esperanzadora.
Supongo que la expresión más cercana al límite de un posible desamparo sería aquella de la desubicación que embarga casi a diario todos los planes de futuro de una generación acomodada en las formas y en los modos que otros, probablemente gentes de bien con la misma intransigencia, dictaron ante los medios en aquellos momentos ya olvidados en los que la orientación y la dirección poco tenían que ver.
Al pasear por la calles embadurnadas de humo en las que muchas jornadas me dejo caer, observo en el general de una visión introspectiva las mismas miradas de siempre caminar en silencio con la distinta percepción de un horizonte cercano y aparentemente similar a uno de aquellos con los que, no hace demasiado tiempo atrás, consiguieron alternar en modo avión en el periodo en que los móviles no alteraban las comunicaciones de cualquier punto de vista en una perspectiva determinada.
Eran tiempos en los que la concurrencia sonreía al caminar sin ese brillo característico de la preocupación que hoy se distingue entre las sombras que las pestañas depositan en las corneas de la desesperación.

Sí, recuerdo la música de las orquestas en las fiestas de barrio pobre anunciando la llegada de otro verano prometedor donde el único objetivo asumible era comprender el destino estival del descanso eterno en las costas mediterráneas. Largas jornadas al sol de la felicidad de saberse emancipado de las obligaciones contractuales que embadurnaban la nómina de todo una año de servidumbre a aquella patria, recapitulemos, que todavía no sabía lo que era ganar un campeonato del mundo de fútbol.
Se respiraba, por decirlo de alguna manera, un  espíritu dispar al que hoy presencio en el colectivo frente a una hoguera de San Juan en la que ya no quedan demasiadas cosas que quemar y son tan solo los restos de  hollín los que nos muestran simplemente la presencia de el sol en el trópico de un Cáncer despiadado y sádico en el solsticio de la felicidad.
Y es que aquí, en el hemisferio boreal, las cosas ya no son lo que parecían ser.

La lógica nos lleva a entender que la noche más corta del año no debería servir para soñar.

EL grado de incredulidad de un colectivo estancado en estos regímenes dictados a sangre y fuego por los estamentos socio económicos en los que nos encontramos, nos lleva a resaltar el importante aumento de esa malaventuranza a la que todos temen y en la que estamos depositando las pocas esperanzas de un futuro incierto condicionando, condicionándonos, a cambiar los objetivos sufridos por los que hasta ahora decidimos luchar para, no me digas la razón, delegar de nuevo en intereses creados para manejar a su antojo a una sociedad confusa y recelosa por evitar aquello que nos contaron de un pasado no demasiado alejado de la realidad a la que hoy nos enfrentamos y en el que la miseria, en todas sus formas, promulgaba las maneras de vivir de una generación que sacrifico su bienestar por el de unos descendientes que, en algunos casos, confundieron equidad con egoísmo dentro de la ignorancia propia de aquellos que se establecieron en la comodidad de tener, teóricamente, una vida resuelta con la ley de un mínimo esfuerzo conseguido con promesas electorales descabelladas en la que todos creyeron.

Y la mirada dicen, es el espejo del alma.

La decepción, en este consorcio que conocemos como sociedad, es demasiado habitual como para percatarnos de lo inconsistente que puede resultar la lógica de lo improductivo en un mundo global cada vez más individualista en todos los conceptos deseables, tanto a nivel general como particular, llevándonos en picado a un camino sin retorno del que, mucho me temo, no sabremos salir.

Las falacias, respaldadas por unos medios de comunicación destinados a generar beneficios, forman parte del aparato de un sistema enfocado única y exclusivamente a incrementar la desigualdad social de una humanidad que se desarma al compás de la ambición por el ansiado "Poder" de las maniobras orquestales en la oscuridad.

Y es la confianza el precio que estamos pagando por nuestros pecados.

Pero no nos confundamos, a pesar de ser lo suficientemente conscientes de que la maldad es potestad única y exclusivamente del ser humano (sigo confiando en que son los menos) también sabemos que el tipo más perverso de la tierra es capaz de llorar como una magdalena por la muerte de su animal de compañía.

Es muy difícil, decía un tal Sir Francis Bacon, hacer compatibles la política y la moral. Supongo que habrá excepciones y supongo que la vida parlamentaria de los aparcados en la singularidad habrá sido efímera, no lo sé.
Pero en un universo donde una vida vale menos que otra uno se percata de que en las grandes cosas los hombres se muestran como les conviene mostrarse mientras que en las pequeñas se muestran tal y como son. 

Y es en ese petit comité donde ves a tus vecinos caminar por las calles que rodean tu portal para entender que ciertas "grandes cosas" no están a la altura de unos cuantos y que la verdad, como la esencia, viene en frascos pequeños.

Pero a vísperas de un verano irregular en lo que a lo climatológicamente normal entendemos, no quisiera acabar de forma tan negativa una crónica que aunque no niega una evidencia, si debería intentar optimizar todo en cuestión de la voluntad que es la única capaz de mover montañas.
Y a ella me remito para seguir teniendo fe en la esperanza de una gran mayoría que vive y deja vivir.
Saquemos las conclusiones positivas que debemos poner encima de la mesa.

Y repito, quizás los ojos son los que nunca mienten al mirar de frente.

Permítanme homenajear, cambiando de tema, a una de las mejores series televisivas que he podido disfrutar en estos últimos tiempos y cerremos el “post” con uno de esos temas que nos hacen ver el lado optimista de las cosas.
La canción es de “Journey” y se titula “Don´t stop believin’” y para despistados es el tema de la escena final de “Los soprano” como homenaje a su desaparecido protagonista.



Cierro con dos miradas elegidas ante notario al azar.

-Esta semana se ha muerto el actor James Gandolfini más conocido como Tony Soprano en la serie de ficción del mismo nombre.
SI algo puedo destacar de su trabajo y de la construcción de ese personaje que nos maravillo a todos es exactamente eso, su mirada. Un tipo soez, que como a diferencia del Padrino son todos los gánsteres de la producción, fue capaz de encandilarnos gracias la empatía que desprendía un personaje nada convencional y demasiado alejado de unos parámetros lo suficientemente morales como para entender esa predilección por lo más indecoroso de la serie.
Gran trabajo y una gran pérdida.

- La solemne frialdad de una expresión visual en la que no se distingue nada dentro y en la que ese vacío hace temer al personaje, hace que vea en José Bretón toda esa maldad enrabiateda de aquél que aunque habita en este mundo, no pertenece a él.
Escalofriantes estampas de un juicio en el que la realidad supera con creces ficción alguna.

sábado, 4 de mayo de 2013

"FALACIAS"


De pequeño, agarrado del brazo de mis padres, en uno de esos aburridos paseos a eso de las siete de la tarde por el centro de la ciudad cuando yo no era más que un renacuajo, me encantaba mirar al cielo con los ojos cerrados para, de repente, abrirlos y ver aquella manada de estorninos girar a bandazos haciendo imposibles formas oscuras en aquel universo distorsionado del que yo era un espectador privilegiado.
Después, cuando volvía a la tierra, todo aquel baile escénico se quedaba resumido a la típica explicación teórica con la que enfrentarte en soledad en aquel pupitre amarillo verdoso donde organizabas tu existencia infantil bajo la tutela del tutor de aquel colegio público en el que los cuentos, por desgracia, se quedaban a las puertas aquellas que describió Bob Dylan en alguno de sus momentos de inspiración.
Aquella libertad, la de los pájaros, te transportaba astralmente a lugares desconocidos dentro de las limitaciones de una imaginación lo suficientemente desbordada como para mantenerla en calma y en la que el desplazamiento geográfico era simplemente una virtud en la que tú, en un pequeño mundo protegido,  nunca estabas invitado.

Hoy, quizás por las prisas, se me olvida bastante a menudo mirar al firmamento intentando (sin conseguir) cerciorarme que aquella emancipación de las aves de ciudad eran, solamente, maniobras irregulares sin ningún fin importante relacionado con alguna clase de nomadismo al continuar, actualmente, creyendo firmemente en la inteligencia animal.

Y es que la migración siempre está marcada por su estacionalidad anual ya que su ventaja primaria no deja de ser energética:
(…los días más largos de verano en el norte proveen mayores oportunidades a las aves en reproducción de alimentar a sus polluelos. La extensión de las horas del día les permite a las aves diurnas producir nidadas más grandes que las especies emparentadas no migratorias que permanecen en los trópicos todo el año para, regresar, a medida que los días se acortan en otoño a donde el suministro de alimento disponible varía poco con la estación…)

Probablemente uno más de esos ejemplos de supervivencia que tenemos al lado nuestro y al que no prestamos atención hasta que no vemos las barbas de nuestro vecino quemar.

Pero no nos equivoquemos queridos ecologistas, el desplazamiento geográfico de individuos o grupos por causas económicas o sociales también se considera migración en la definición del diccionario de turno y, actualmente por desgracia, parece que se está poniendo de moda en un país como el nuestro.

Si nos damos cuenta, el desplazamiento temporal es una actividad practicada con nocturnidad y alevosía en los pequeños círculos urbanos de las relaciones sociales al distanciarse los valores básicos de la evolución individual de cada personaje.
Hay conductas que dejan paso a otro tipo de satisfacciones y responsabilidades marcadas por un sistema que nos dicta una máxima teórica a la que agarrarse y en la que no todos cabemos.
Eso produce un distanciamiento de las afinidades que una vez estuvieron igualadas para, como siempre, perder la silueta de aquél que fue cercano entre las sombras chinescas de una existencia moral.

La línea divisoria que va del tedio a la razón es lo suficientemente frágil como para tener que elegir entre el olvido y la memoria.

Las circunstancias actuales, interesantemente, están cambiando este concepto al descomponer la estrategia marcada anteriormente cuando el milagro de los panes y los peces existía cada día y las expectativas eran siempre mayores que el deseo aquel de seguir soñando.
Las dificultades vuelven de nuevo a obligarnos a mirar al horizonte de manera diferente acercándonos otra vez a algo parecido a la igualdad para el común de unos mortales que solo han estado en la tribuna de invitados.

Otros, los del palco, siguen resistiéndose a salir de la zona V.I.P. observando a la plebe desde la frustración de no sentirse importantes.

Pero, queridos camaradas, todo concepto cambia al disponer de un enemigo común y necesitar, de nuevo, la compañía extraña que una vez se dejo atrás para seguir “progresando”.

Si algún merito doy a la clase dirigente reinante en este momento es exactamente esa, la de conseguir unir a todo un colectivo contra unas medidas que cada día más dividen a toda una comunidad que no es tan diferente como se pensaba.

No en vano la política es el arte de obtener dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros.
Y es que cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.

Por eso, ahora que la migración la están ejerciendo los miles y miles de jóvenes preparados que tiene que abandonar todo buscando una oportunidad, parémonos a reflexionar sobre quienes somos, a donde vamos y de donde venimos.

George Orwell decía que en un mundo de mentiras, decir la verdad es algo realmente revolucionario.

Venimos y vivimos de las mentiras que nos hemos querido creer para enfatizar los sentimientos de supervivencia aquellos en los que la ilusión de la equidad reinaban por los poros de todo aquel ser humano que tuviera corazón.

Benditas mentiras.
Benditos bastardos.

martes, 23 de abril de 2013

"SOUVENIR"


Recuerdo aquellos televisores de juguete, pequeños y de plástico en los que con cada clic, por un visor, veías famosas estampas del emplazamiento donde, en el mercadillo de turno, habías comprado tan original souvenir de recuerdo de alguno de esos viajes a lo más profundo de aquella España rural y campesina que sonreía despreocupada esperanzada por el auge de aquel turismo patrio.

 Imágenes que reflejaban los más bonitos parajes del lugar desde perspectivas fílmicas que exageraban la belleza de aquel contexto introduciendo, en aquel especial carrete, escenas populares de las fiestas religiosas que llenaban de orgullo y satisfacción a todos esos individuos autóctonos que, como anfitriones, sacaban a la luz de aquel sol primaveral sus mejores galas de domingo de resurrección.

Mientras, los turistas, inmortalizaban todas las esquinas de todas las calles del pueblo con unas cámaras de fotos de antiquísima generación que necesitaban ser reveladas posteriormente para presumir, ya en la ciudad, de las aventuras de los viajes al fin del mundo con los que satisfacían su ego de trotamundos urbanos.

Fueron probablemente dos “españas” no tan diferentes a lo que en principio pudieran parecer. 

Era por otra parte, una época bonita en la que los “recuerdos de…” abundaban encima de la televisión con ocho canales y dos cadenas o la mesa camilla con brasero escondido en los bajos oscuros de un salón demasiado estancado en el “rococó” de la infinidad de adornos (regalos de bodas, retratos familiares, toreros de pega, barbies folclóricas, toros con bandera patria, ceniceros de mil formas y colores, centros de mesa…) que embadurnaban la visión obscena de el centro de reunión de cualquier hogar en el que pasar el polvo era un reto increíble tan solo reservado a verdaderas especialistas en el noble arte del plumero.

Aquella me visión me trae a la cabeza recuerdos agridulces de una época que recuerdo entre las sombras propias de la clandestinidad de aquél niño que admiraba las casas americanas que nos mostraban las series que invadían la programación  de la primera cadena y que, valga el ejemplo, estaban los suficientemente lejanas como para soñar con ellas.

Recuerdo también un cierto olor casposo que invadía los hogares más conservadores de generaciones ya demasiado mayores como para enfrentarse a la modernidad de una sociedad que se estaba remozando a perspectivas diferentes en una nueva comunidad que se empezaba a rejuvenecer, olvidando, olvidándose, de todo aquello vetusto que acompañaba su caminar por la vida.

Los tiempos estaban cambiando y todo transcurría lo suficientemente rápido como para acordarse del ayer.

Hoy, en el siglo veintiuno, las cosas retro incluso tienen su gracieta para los amantes de lo extraño que, como ya no saben que inventar, le dan la suficiente relevancia como para aprovecharse de los recuerdos en el codicioso mundo de las modas intranscendentes.

Pero, hoy, revisando las noticias en televisión, he visto a ciertos personajes envueltos en las tramas de un juicio por blanqueo de capital derivado en el caso Malaya y he asumido que la España actual no se ha distanciado tanto de aquella de Camilo Sesto  y su Jesucristo Superestar.

El esperpéntico juicio mediático de unos personajillos que hace tiempo posaban a sus anchas en todos los canales en los programas esos conocidos como del corazón, me ha demostrado que seguimos siendo un país de pandereta.
Tipos que disfrutaron de demasiados minutos de gloria con los que Andy Warhol definió aquello de lo efímero y que se pavoneaban bajo los focos de las cámaras haciéndonos ver que eran gentes de bien que alternaban en las zonas vips de los mejores reservados de la costa del sol occidental en las orillas de un Mediterráneo, hay que decirlo, prostituido por el calor de la codicia del dinero negro y que fue pan para hoy y hambre para mañana.
Y es que ese capital salio de unas arcas públicas de una demografia que creyó en la utopía de unas gentes que gobernaron a nivel local sin más interés que el suyo propio y que, esto es lo más grave, lo consiguieron siendo elegidos democráticamente por una ciudadanía que se tragó la historia de los panes y los peces en aquel paraíso artificial.

El problema es que los fulanos se creyeron las mentiras que contaban mientras de repente se estancaban atrapados por tener que responder en la vida con aquello, que creían, tenían preparado y que no supieron contestar para brindarnos uno de los espectáculos más lamentables de los que yo puedo recordar.
Un ex alcalde, una ex mujer despechada y una folclórica menopáusica demostraron al mundo que no es lo mismo ser que estar.
Minutos y minutos de televisión en “prime time” para demostrarnos que seguimos teniendo el toro encima de la tele y que pasamos de la expresión de ¡guapos! a la de ¡chorizos! en cuestión de segundos sin saber, o entender, que el espíritu local de un reino distorsionado en lo que a la corrupción se refiere no entiende de reglas básicas para diferenciar a un ladrón de un famoso del que solo por su situación dispondrá de un juicio paralelo.

Lo más triste de todo es que la costumbre, a pesar del momento y de la sensibilidad común en esta época, nos hará ignorar que estos gilipoyas se pasearon altivamente por todos los programas intentando demostrarnos como funciona el mundo surrealista que se inventaron como personajes y del que fueron víctimas, todo hay que decirlo, con la complicidad de un populacho encantado con los dramas alternativos de los protagonistas de los espacios de mayor audiencia de las cadenas generalistas que se hacen millonarias gracias a la basura mediática de gentes imbéciles que incluso desconocen que el anonimato podría ser su mejor virtud.

Así que muchos deberían reflexionar sobre su código de conducta al reflexionar sobre los hechos expuestos en sentencias de las que todos, en parte, somos más culpables de lo que podemos imaginar al haber, por ejemplo, agotado revistas con portadas lamentables en la que ellos eran los protagonistas de un circo tristemente lamentable sacado de cualquier película de Fellini.

No nos rasguemos por tanto las vestiduras al observar las miserias ajenas de los saqueadores sacados de aquel pueblo rural en el que te vendían aquellos souvenirs de plástico.

Todos podemos caer en la tentación de volver al pasado.

viernes, 19 de abril de 2013

"RESET"


“Algunas noches vivo y otras noches la vida se me va con lo que escribo” decía Sabina en aquella desesperada canción del disco “Hotel dulce hotel” de hace ya demasiados años como para acordarte, disco, por cierto, que descubrí en aquellas interminables travesías que iban desde tu ciudad cantábrica al levante mediterráneo en busca de un sol veraniego y que, por supuesto, estaba grabado en una cinta, que como todas, una vez fue virgen.
Aquellos viajes familiares organizados por unos progenitores necesitados de playa, se sucedían en pequeñas escalas medianamente planificadas en las diez horas de un trayecto en el que en algún momento te tenías que detener a mear.
Luego, al llegar, la piscina era la meta de aquel especial maratón de todos los veranos y del que esperabas, más yo en plena adolescencia decadente, salir por la puerta grande en lo que a conquistas se refiere.

Pero no nos engañemos, la única invasión válida en mi territorio y que ocupó un bonito tiempo de aquella época estival fue aquel cuaderno de vacaciones Santillana que embadurnaba a la hora en la que los madrileños ejercían el derecho de la siesta.

Ahora, desde la perspectiva que te dan los años, echo de menos en parte aquella preocupación máxima por hacer los deberes para, no nos engañemos, poder salir a intentar vencer a una timidez que con los años se fue diluyendo hasta límites insospechados bajo la banda sonora de aquel tipo que me descubrió otra forma de ver las cosas.

Y es que el flaco (Joaquín Sabina) empezó a merodear por mis hemisferios polares para convertirme en un aspirante a canalla desde la inocencia de aquél que no sabía hacer la O con un canuto en lo que a las mujeres se refiere.

Y crecimos, vaya si crecimos.

Actualmente, en estos tiempos más de guerra que de paz, los valores y sobretodo las ilusiones, se han ido distorsionando hasta hacernos cautivos de un mal endémico de un país que parece haberse olvidado de la máxima aquella de la felicidad.

Hoy, la sociedad, es un monstruo grande que devora todo lo que se pone a su paso y nos despierta de aquel sueño de juventud que probablemente mejor expresaba el ideal de la satisfacción y del que, actualmente, solo tenemos recuerdos con olor a protector solar.

Y es cierto que hay noches que la vida se me va con lo que escribo, o con lo que leo, o con lo veo en las noticias.

Hoy, veo como el mundo se desmorona a mi alrededor.

No son tiempos para gentes iluminadas que como yo queremos seguir soñando y creyendo en un prójimo cada vez más alejado de la idea romántica de la cordialidad que una vez me intentaron inculcar en clase de ética en un colegio público que también daba religión.

Un planeta, como este, lo suficientemente global como para abarcar soluciones de tipo afable, se ha convertido prácticamente en todo lo contrarío al exigir a sus habitantes distintos grados de individualidad respaldados en la supervivencia que origina la desigualdad de una clases sociales demasiado alejadas y preocupadas única y exclusivamente en lo suyo bajo la tutela indignante de unos poderes que se limitan a mirar hacia el otro lado.

Cualquier obra dramática cuya acción presenta conflictos de apariencia fatal y que mueve a la compasión y el espanto, tiene como fin considerar el enigma del destino humano en el que la pugna entre la libertad y la necesidad termina generalmente en un desenlace funesto.

Sí señores, esta es la definición de tragedia.

A veces me pregunto la razón de porqué no hemos aprendido algo de los errores del pasado.

Y a los mandatarios les dejo estas letras de una canción de Sabina para que no se olviden de que es tiempo de cambio.

Gulliver (J. Sabina)

Un día los enanos se rebelarán contra Gulliver.

Todos los hombres de corazón diminuto
armados con palos y con hoces
asaltaran al único gigante
con sus pequeños rencores,
con su bilis, con su rabia de enanos afeitados y miopes

Pobre de ti, Gulliver, pobre de ti
el día que todos los enanos
unan sus herramientas y su odio,
sus costumbres, sus vicios, sus carteras, sus horarios…
no podrán perdonarte que seas alto.

Para ellos la generosidad no es más que un lujo que no pueden pagarse,
viven alimentados por la envidia que los habita en forma de costumbre…

Es tiempo de RESET

jueves, 4 de abril de 2013

"DE AQUELLO DE LOS PROVERBIOS Y LOS REFRANES"


Decían aquello de que en abril, aguas mil, en uno de aquellos refranes míticos que han ido pasando de generación en degeneración desde los tiempos aquellos en que nuestra España estaba inmersa en una durísima larga postguerra donde, lógicamente, la pobreza, el hambre y el analfabetismo eran los símbolos estéticos de un país demasiado alejado de la realidad actual.

¿O no?

La sabiduría popular siempre se ha destacado por la sencillez y el acierto de todas aquellas teorías salidas desde la observación rutinaria de aquellos individuos e individuas que sobrevivían de sol a sol en circunstancias generalmente adversas y de las que todas las generaciones posteriores deberíamos sentirnos orgullosos.

Tal día como hoy, el cuatro de abril de mil novecientos setenta y tres, se inauguraba en Nueva York el complejo de edificios del World Trade Center, encarnación simbólica del poder de un sistema capitalista de un planeta que empezaba a mirar hacia un futuro más global y moderno.
Una humanidad que quería olvidar los desenlaces dramáticos de un siglo envuelto en conflictos lamentables a nivel mundial y que de aquella vivía todavía bajo la amenaza real de una contienda silenciosa y fría que alteraría de forma demasiado sobrecogedora la futura paz mundial de una sociedad que salía de la depresión frustrante del final de los años del amor libre y de la protesta ruidosa de aquellos activistas que imaginaron un mundo mejor.

Las torres se erigieron imponentes en la parte financiera de la metrópoli anunciando el cambio de ciclo de unos territorios oficialmente desarrollados pero que en cambio llevaban lustros autodestruyéndose entre ellos de manera, como mínimo, lamentable, desmontando la tesis de ese posible adelanto respecto a otros territorios más anclados en el pasado.
Cuarenta años después (como pasa el tiempo), el mundo no solo no ha mejorado sino que cada vez se acerca demasiado a un Apocalipsis no deseado por nadie.

Las instituciones, empezando por la Organización de las Naciones Unidas, han demostrado su incompetencia en las lides más importantes que pudieran afectar al desarrollo mundial de un planeta cada vez más compungido.
El desarrollo ha sido desigual en las distintas partes de un sistema cada vez más desigual y las infraestructuras han dejado paso a los recortes que mayoritariamente han afectado al desarrollo social de las distintas comunidades que ayer miraban al horizonte con esperanza y hoy buscan resistir encerrados en el oscuro universo de las dudas existenciales.

No es casualidad que las torres gemelas hayan dejado de existir en una mañana soleada de un verano moribundo en pleno inicio de un milenio cada día más oscuro.

Y no es casualidad que los (presuntos) autores de tal atentado representaran la parte arcaica de un mundo demasiado superlativo como para entender cualquier clase de comparación lógica con las intenciones burocráticas que nos vendían en hoteles de cinco estrellas los dirigentes mundiales del poder y el exceso.

No es normal que en todos los países sigan existiendo rencillas de un pasado más o menos reciente para apuntalar posibles cismas futuros que solo sirven para aquello conocido como autodestrucción.
Es lamentable que todos los avances científicos o tecnológicos solo nos sirvan para incrementar las segmentaciones tribales de un ser humano que, ya desde hace tiempo, ha demostrado ser probablemente el animal menos inteligente de aquel paraíso soñado en las escrituras bíblicas.

Hoy miramos al mañana con la frustración propia de saber que no controlamos nuestro futuro ni el de los nuestros.
Nos enseñan banderas a las que agarrarnos, himnos antiguos que cantar en celebraciones y nos engañan con un patriotismo demasiado ilustrado en conceptos vetustos y añejos de los que ya no tenemos conciencia real para, inconscientemente, involucrarnos en las ideas y comodidades propias de los súbditos del gran poder.

El pueblo que no recuerda su historia esta condenado a repetirla dicen.

Lo que no nos cuentan es que son ellos (jefaturas, gobiernos, gobernaciones, administraciones…) los que ignoran esos refranes rurales que nos anuncian que mañana puede volver a salir el sol.

(Para Natalia por su ayuda)  

miércoles, 13 de marzo de 2013

"BORRASCA PONTIFICIA"


En estos días fríos y lluviosos que nos anuncian más antes que después la llegada de la primavera, la sede vacante del Vaticano celebra el Cónclave, la reunión del colegio cardenalicio que se celebra para elegir un nuevo Papa en la Capilla Sixtina.

Parece ser que los purpurados, durante el tiempo que dura la elección, podrán pasear por toda la Santa ciudad pero no se podrán comunicar con persona alguna del exterior ya que las deliberaciones serán absolutamente secretas.
No en vano el termino Cónclave procede del latín “cum clavis” (“bajo llave”) ya que las condiciones de reclusión y máximo aislamiento eran en el pasado bastante más radicales que en la actualidad con el fin de evitar intromisiones de ninguna clase.

Yo, como decía aquel, me encuentro más en la parte secular de cualquier divinidad que se precie y soy más bien poco amigo de ninguna clase de reclusión necesaria o innecesaria en cualquier plebiscito posible en el que tenga voz y voto para impulsar una alternativa.

Opino, desde el respeto más absoluto a las creencias de cualquiera, que toda la parafernalia de cualquier clase de celebración litúrgica es, como mínimo, lo suficientemente llamativa como para llamar la atención tanto de los súbditos como de los posibles incrédulos que observaran desde la lejanía emocional la conmemoración de, probablemente, el más importante acontecimiento de la Iglesia católica.

Pero como decía al principio de este escrito está el tiempo lo suficientemente desagradable como para entender que el invierno no nos quiere abandonar a pesar de las posibles elecciones celestiales que tengan lugar en suelo Santo.

Es lógico entender que sí hasta las jerarquías espirituales más conocidas se politizan, como no lo van a hacer sus líderes una vez elegidos.

Nadie es lo suficientemente importante como para cuestionar la convicción ideológica de él de al lado ya que las creencias de cada uno son lo suficientemente íntimas como para no tener que compartirlas evitando, en algunos casos, conflictos emocionales que puedan alterar la paz interior de la doctrina que cualquier pecador pueda amaestrar en una sociedad necesitada de “milagros”.

(Y es que la fe mueve montañas, dicen).

Pero es también por ese motivo por el que los menos dogmáticos dudamos de la arbitrariedad de cualquier pastor supremo para jugar con esos sentimientos de un colectivo necesitado de líderes emocionales, dóciles miembros sumisos de cualquier congregación con convicciones basadas en un mensaje de esperanza y humanidad.

(Demasiados sentimientos a flor de piel que manejar).

Y es que somos los primeros en ser conscientes de las imperfecciones de un ser humano que durante la historia nos ha demostrado la abismal distancia que separa lo divino de la parte más carnal de las almas terrenales, corazones que se han enzarzados en infinidad de conflictos bélicos por culpa de las distintas creencias con las que convivir en un lugar llamado mundo.

La buena voluntad de las instituciones es una mera formalidad burocrática que a diferencia de la humana se demuestra en las palabras escritas y no en los hechos.
Palabras que crean frases que a su vez se transforman en preceptos caducos al existir desde los tiempos inmemoriales de unas sociedades extinguidas ya en el olvido y de las que poco tenemos que ver en una sociedad actual que ya no depende exclusivamente de la potestad de un colectivo que utilizo su autoridad como divina apropiándose, en exclusividad, del derecho a formar a una humanidad analfabeta a la que poder utilizar a su antojo.

La buena voluntad jamás ha tenido uniforme.

Aquel profeta al que los despiadados creyentes crucificaron, nunca imagino el imperio que empezó aquél que le negó tres veces.  

La ambigüedad de lo místico es lo suficientemente irracional como para entender la pasión desorbitada de los fieles más entusiastas que hacen del fanatismo su visión global de una ideología peligrosa cuando se acerca al extremismo.

Pero ni son malos todos los que están ni son buenos los que son.

Hoy, en este día desagradable y polar del mes de Marzo, un jesuita argentino se ha convertido en el Sumo Pontífice y lider espiritual de la Iglesia Católica.

Normal, dicen por ahí que Messi es Dios.