“Algunas noches vivo y otras noches la vida se me va con lo
que escribo” decía Sabina en aquella desesperada canción del disco “Hotel dulce
hotel” de hace ya demasiados años como para acordarte, disco, por cierto, que
descubrí en aquellas interminables travesías que iban desde tu ciudad cantábrica
al levante mediterráneo en busca de un sol veraniego y que, por supuesto,
estaba grabado en una cinta, que como todas, una vez fue virgen.
Aquellos viajes familiares organizados por unos progenitores
necesitados de playa, se sucedían en pequeñas escalas medianamente planificadas
en las diez horas de un trayecto en el que en algún momento te tenías que
detener a mear.
Luego, al llegar, la piscina era la meta de aquel especial
maratón de todos los veranos y del que esperabas, más yo en plena adolescencia
decadente, salir por la puerta grande en lo que a conquistas se refiere.
Pero no nos engañemos, la única invasión válida en mi territorio
y que ocupó un bonito tiempo de aquella época estival fue aquel cuaderno de
vacaciones Santillana que embadurnaba a la hora en la que los madrileños
ejercían el derecho de la siesta.
Ahora, desde la perspectiva que te dan los años, echo de
menos en parte aquella preocupación máxima por hacer los deberes para, no nos
engañemos, poder salir a intentar vencer a una timidez que con los años se fue diluyendo
hasta límites insospechados bajo la banda sonora de aquel tipo que me descubrió
otra forma de ver las cosas.
Y es que el flaco (Joaquín Sabina) empezó a merodear por mis
hemisferios polares para convertirme en un aspirante a canalla desde la
inocencia de aquél que no sabía hacer la O con un canuto en lo que a las
mujeres se refiere.
Y crecimos, vaya si crecimos.
Actualmente, en estos tiempos más de guerra que de paz, los
valores y sobretodo las ilusiones, se han ido distorsionando hasta hacernos cautivos
de un mal endémico de un país que parece haberse olvidado de la máxima aquella
de la felicidad.
Hoy, la sociedad, es un monstruo grande que devora todo lo
que se pone a su paso y nos despierta de aquel sueño de juventud que
probablemente mejor expresaba el ideal de la satisfacción y del que,
actualmente, solo tenemos recuerdos con olor a protector solar.
Y es cierto que hay noches que la vida se me va con lo que
escribo, o con lo que leo, o con lo veo en las noticias.
Hoy, veo como el mundo se desmorona a mi alrededor.
No son tiempos para gentes iluminadas que como yo queremos
seguir soñando y creyendo en un prójimo cada vez más alejado de la idea romántica
de la cordialidad que una vez me intentaron inculcar en clase de ética en un
colegio público que también daba religión.
Un planeta, como este, lo suficientemente global como para abarcar
soluciones de tipo afable, se ha convertido prácticamente en todo lo contrarío
al exigir a sus habitantes distintos grados de individualidad respaldados en la
supervivencia que origina la desigualdad de una clases sociales demasiado
alejadas y preocupadas única y exclusivamente en lo suyo bajo la tutela
indignante de unos poderes que se limitan a mirar hacia el otro lado.
Cualquier obra dramática cuya acción presenta conflictos de
apariencia fatal y que mueve a la compasión y el espanto, tiene como fin considerar
el enigma del destino humano en el que la pugna entre la libertad y la
necesidad termina generalmente en un desenlace funesto.
Sí señores, esta es la definición de tragedia.
A veces me pregunto la razón de porqué no hemos aprendido
algo de los errores del pasado.
Y a los mandatarios les dejo estas letras de una canción de
Sabina para que no se olviden de que es tiempo de cambio.
Gulliver (J. Sabina)
Un día los enanos se rebelarán contra Gulliver.
Todos los hombres de corazón diminuto
armados con palos y con hoces
asaltaran al único gigante
con sus pequeños rencores,
con su bilis, con su rabia de enanos afeitados y miopes
Pobre de ti, Gulliver, pobre de ti
el día que todos los enanos
unan sus herramientas y su odio,
sus costumbres, sus vicios, sus carteras, sus horarios…
no podrán perdonarte que seas alto.
Para ellos la generosidad no es más que un lujo que no
pueden pagarse,
viven alimentados por la envidia que los habita en forma de
costumbre…
Es tiempo de RESET
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