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lunes, 24 de octubre de 2011

"CINCUENTA Y OCHO"

Por las sensaciones de aquel que mira la vida desde una ventana cerrada a cal y canto a un patio interior, parece ser señores que por fin empieza el otoño.
Y digo, empieza el otoño con ese Levante otoñal que limpia las calles.
Los días grises, dentro de lo que la aptitud personal de cada cual entienda, evitan cualquier sinónimo parecido a aquello técnicamente reflejado como depresión proyectando, de vez en cuando, notas de color azul sobre el horizonte.
Y el azul es un color que no me deja indiferente.
Cuando hay comunicados de bandas terroristas intento pasar página.
Cuando hay desgracias en las que la mala suerte tiene mayor importancia que proyección dejo de ver la moto GP.
Cuando hay damiselas pelirrojas en los bares intento consumir una nueva cerveza que sirva, como siempre, para nada.
Cuando hay amor…
…ejem, bueno, eso ya es otra historia.
Hay motivos, decía un cantautor de Jaén, que hacen que las pequeñas mentiras valgan la pena.
En estas épocas preelectorales en las que las gentes olvidan el problema para buscar la solución, generalmente, sin conseguir el objetivo marcado en la pizarra de la ignorancia política en la que los hechos suenan más fuertes que las virtudes del que los dicta, uno se niega a seguir asintiendo.
Al final, y perdonen la expresión, la mierda sigue teniendo el tufo indicado en las explicaciones de un diccionario escolar abandonado en el armario que seguimos manteniendo como recuerdo de pubertad.
Bendita pubertad, decía aquel sabio con barba que esperaba ansiosa la conquista de un euro con su trombón en pleno parque del Oeste preguntándose de nuevo si cualquier tiempo pasado fue mejor.
Hoy, en los pequeños bares de menú del día que suelo regentar me he dado cuenta de que la simpleza no entra en los planes de aquel considerado… ¿simple?
Y eso me da fuerzas para seguir creyendo.

Hablando de creer, la noticia no dramática de un fin de semana justo de pelas, es la victoria de un Sporting de Gijón desaparecido.
Lo demás es tanteo puro y duro de una temporada mucho más igualada de los que algunos se piensan y que, probablemente, disponga de más titulares que cualquiera anterior.
Veremos.

A pesar, y creo que hablo con propiedad, de que todos odiábamos un poco a Simoncelli por ese pilotaje que va desde el límite a la hermosura, seguimos siendo fieles a nuestras pequeñas tradiciones de seguir valorando lo importante para, darnos cuenta, de aquello que supera de cerca nuestros temores.
Y sus veinticuatro años demuestran que hay todavía cosas que están por encima del bien y del mal.
Tomemos nota.

Y de lo demás pues poco que contar.
Que llueve en Madrid.
(Bendito sea Dios)

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