Y llego la hora.
El hasta luego se convirtió finalmente
en un adiós dejándonos estupefactos tirados en el suelo en la
alfombra de aquel salón diseñado para seguir creyendo en los
colores locales de un sueño prolongado en el tiempo.
Supongo, y es que me encuentro a
demasiados kilómetros de la felicidad, que el “orbayu” limpiara
las calles de todo el litoral cantábrico como respuesta a una
decisión teóricamente meditada en los oscuros recovecos
de los despachos tétricos de cualquier consejo de administración
que se precie.
Sitos donde el romanticismo brilla por
su ausencia en forma de burocracia acobardada y escondida en las salas
de prensa donde, probablemente, un presidente engominado repita
aquello de que nadie es más importante que la institución.
Y eso es cierto.
Pero también es cierto que muy pocos
profesionales, casi ninguno, encajan en el espíritu, no solo de el
club, sino de la ciudad y de probablemente una de las aficiones más
fieles del fútbol español con todo lo que ello conlleva.
Y es que cuando el idilio es perfecto,
el final o la despedida es más amarga si cabe al ser conscientes de
que algo podremos mejorar pero sabemos de sobra lo que vamos a
perder.
Esta, como cualquier historia pasional,
sera por tanto un punto y aparte en la historia de un club centenario
que suele sobreponer a las adversidades apoyado en una masa social
que no desfallece y tampoco olvida (dato
importante para la junta directiva).
Nos queda por tanto
empezar a escribir un nuevo capítulo que esperemos nos lleve a buen
puerto, nos queda, no hay otros cojones, sufrir esta temporada para
mantenernos en la élite y, por supuesto, nos seguirá quedando, como
siempre, la ilusión.
Hoy te vas del
Sporting después de seis temporadas defendiendo a ultranza los
colores de un equipo al que conseguiste ascender con la casta que
impregnas en los grupos que diriges y que has conseguido mantener
durante estas cinco temporadas con uno de los presupuestos más bajos
de primera división.
Te vas dejándonos
un poco huérfanos de padre espiritual y líder de un proyecto
escrito con mayúsculas que transformo por completo a una ciudad del
norte que llevaba demasiado tiempo sin soñar.
Y eso no se paga con
dinero Manolo.
Imagino que tú
también te llevas algo grande de un colectivo exigente y critico
pero con demasiado corazón como para ignorar lo importante que has
sido, eres y seras en este pettit comité rojiblanco donde tu nombre
ya se ha unido al de los más grandes de una historia escrita a golpe
de sacrificio.
No en vano eres el
tipo que más tiempo te has sentado en el banquillo del Molinón.
Hoy, como aquella
vez que mi primera novia me dejo por un monitor de gimnasio de
Campomanes, me siento algo resquemado con el devenir de las cosas que
tiene la bendita y puta locura del fútbol en la que tú,para mí,
siempre tendrás un destacado puesto en mi alma sportinguista.
Muchas gracias
Preciado por todos estos años.
* Homenaje a Manolo
también en el post “De aquello de los hombres y los canallas” en
este mismo blog