Hay ocasiones en las que las cosas, aparentemente, menos
atractivas se convierten en verdaderas obras de arte del medio en que se
exhiben.
Es ahí, justo en ese punto cercano al éxito futuro, donde la
intuición se erige como determinante en todo aquello relacionado con el
esperado acierto de aquel proyecto encaminado a maravillar a un mundo
necesitado de triunfos.
No siempre se firma lo mejor, no siempre se consigue lo que
deseas ya que a veces puede no estar disponible siendo siempre la suerte un
factor importante en todo tipo de eventos.
Y ahí vuelve a aparecer la inspiración.
Pero que es la inspiración.
Algunos lo atribuyen a la ilustración o movimiento
sobrenatural que el mismo Dios comunica a la criatura, yo lo atribuyo más a esa
producción espontánea que de vez en cuando ilumina al creador en su recodo sin,
entrecomillas, esfuerzo.
Y ahí esta la clave, la inspiración puede llegar de repente,
por supuesto, pero el esfuerzo no es el del momento preciso de la iluminación
sino el acumulado en experiencia y trabajo durante muchas jornadas que, de
repente, se justifican en un conciso instante.
En mil novecientos cincuenta y cuatro una historia
aparentemente poco atractiva llega a manos del director americano de
origen turco Elia Kazan que decide realizarla desconociendo, lógicamente, que
años después se hablaría de la película como una de los paradigmas de su género
y a día de hoy como una de las mejores de la historia del cine.
La historia de la trama esta envuelta en una atmósfera gris
y húmeda dentro de lo que eran de aquella los muelles del puerto de Nueva York,
contexto importante para las sacrificadas relaciones de los trabajadores del
mismo y los empresarios mercenarios de un lado oscuro disfrazado de sindicato.
Documento hostil de una realidad fotografiada en la ficción
de este largometraje donde el director se atreve a que sea todo lo que parece y
lo mezcla, de una manera delicadísima, con una historia de amor, de amor
imposible.
Si a esto añadimos que el filme propone como modelo de
actuar al autentico héroe, ese que no es perfecto, (detalle importante al
entender que al que no serlo es, para el público, mucho más cercano), entendemos
que la repercusión de un producto demasiado novedoso para los tópicos del cine
de entonces es proporcional a ese grado de riesgo tomado a la hora de
distanciarse de los cánones convencionales y arriesgarse por medio de
decisiones improvisadas en la improvisación.
¿Resultado? Ocho Oscars.
En vísperas de una huelga nacional convocada, como no podía
ser de otra manera, por los sindicatos que tenemos en este hermoso país, no
quisiera desmerecer las vicisitudes de una reforma laboral enfocada a la
frustración de una clase obrera ya jodida de por sí y planteada para los
registros mercantiles de los que saben lo que son los registros mercantiles.
Por supuesto que en nada se parecen los sindicatos
“nuestros” a los de la magnifica peli interpretada por Marlon Brando.
¡Donde
vamos a parar!
Aquí, también entre comillas, todos somos un poco del gremio
que nos interesa dependiendo de los tipos de interés.
Y aquí, en mil novecientos cincuenta y cuatro se colocaba
la primera piedra de lo que posteriormente seria el Camp Nou y un tal Juan Gómez
nacía en los Boliches en una España que era lo que era en una postguerra demasiado
compleja como para intentar soñar.
Lo demás es otra historia.
Y es que el testimonio de una realidad no siempre es un fiel
reflejo de la narración que el punto de vista del realizador de turno nos
quiere mostrar.
Si he vuelto a
visionar “La ley del Silencio” ha sido gracias al Real Madrid.
PD: Cordiales saludos al señor don Eduardo Iturralde González
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