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viernes, 20 de abril de 2012

"RESACA"


Salió a la calle sin tener demasiado claro donde había estacionado el vehiculo la noche anterior y ya en el recodo del portal descubrió que las prisas de nuevo le habían jugado una mala pasada al descubrir, en el término más horrendo de la expresión, que se había dejado las llaves dentro de aquel apartamento situado en la zona noble de la ciudad.
Era consciente de que aquella fresca mañana de Abril le iba a ser prácticamente imposible mantener intacta aquella máxima de la puntualidad, principio básico de una forma de ser exigente y profesional en todo aquello relacionado con un curriculum vitae en continuo movimiento.
La lluviosa noche anterior dejaba en el ambiente un aroma a frescor de lavanda en la costanilla que rodeaba su bloque de viviendas ocupadas por vecinos con los que las relaciones sociales brillaban por su ausencia.
El despertador, aquella mañana, había sonado demasiadas veces como para intentar, de verdad, despertarse de alguna manera en aquella cama ocupada por dos cuerpos entrelazados bajo un edredón blanco del que nunca quiso salir.
Es cierto que llevaba demasiado tiempo alternando cada jornada con esa sombra que poblaba los pasillos en el silencio de una soledad furtiva y no deseada, es cierto, también hay que decirlo, que aquellas baldosas blancas estaba demasiado frías como para corretear desnuda por un apartamento decorado con los restos de un fin de semana de comida a domicilio y tabla de planchar empotrada a la pared trasera de una minúscula cocina americana.
Nunca pensó, ni siquiera en sus más intimas fantasías, que renunciaría a casi todo a cambio, lamentable trueque, de un ratito de compañía cada atardecer con la caída del sol después de volver de trabajar.

Más de una vez le intente explicar que nada es gratis en esta vida mísera y reprochable, nunca me escuchó.

Llegó al trabajo dispersa y acelerada al saberse responsable de la perdida de tiempo de un global que nunca tuvo un momento para ella, se adapto, como durante todo un pasado obtuso en el que se escondía debajo de su ordenador, a desarrollar su función desde la más estricta competencia en total rivalidad con ella misma y asintió, aunque no siempre de buena gana, a las palabras de cualquier superior que se dignara a encargarla cualquier clase de responsabilidad envuelta en humo.
En la jornada laboral de aquellas siete horas disfrazadas de ocho, las competencias se volvieron frustraciones en la búsqueda de la salida a una libertad individual que nunca acepto porque, a pesar de subsistir en su particular clausura no se supo enfrentar a la perdida de la independencia en pareja.

Ella era consciente de que al volver, él ya no estaría.

Y cualquier plan pasado empezó a formar parte concretamente de eso, del pasado.

Caminando descalza por aquel suelo descubrió entre la ropa sin planchar el número de teléfono que evito el suicidio colectivo de un espíritu demasiado rebelde como para demostrarlo.

Y se despertó.

Se despertó bajo aquel chaparrón sin entender, a pesar de los pesares, su ausencia en aquel fin de semana de aniversario en el que había decidido viajar a Barcelona dejándola desamparada en el largo camino de la incomunicación con la excusa de ver el fútbol.


Bajo el edredón dormía otro.


NOTA: Relato dedicado a aquellas nobles personas que mañana verán el Clásico y que confunden a     Naranjito con una Mandarina. 

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