En las estancias de una habitación
amarilla y fría en esa época del año en curso en
que la mentira y la verdad cohabitan en lúgubres recodos
reservados para el amor fugaz, la realidad vuelve de nuevo a
rehabilitar los corazones destemplados de aquellos que reservan en
los reservados aquello de, como decía el primo Rosendo,
maneras de vivir.
Gentes que hacen más por
intentar presentarse millones de veces en sociedad como aquello que
no son qué por, de vez en cuando, intentar existir
demostrándose a sí mismos que aquella cima que jamás
conseguirán coronar, nunca existió.
Supongo que la falta o ausencia de
cualquier entorno cercano que se ha ido diluyendo en pequeñas
muestras gratuitas de perfume, no demuestra la verdadera inaptitud de
aquel que sigue perdido en el universo impúdico del no saber
argumentar nada de aquello que nunca practicó con el ejemplo.
Sombras desvanecidas en paredes de
retretes escondidos en el patio interior de cualquier bloque de
viviendas deshabitadas en las que, la intimidad de la frustración,
hacia fácil lo difícil de aquello de saberse engañado.
Los excesos de los años mozos
degeneraron en las virtudes del escéptico mortal condenado al
fracaso, las virtudes se fueron perdiendo por un camino demasiado
rodeado de maleza y las ilusiones, de repente, desaparecieron.
La soledad condenó a una
sumisión aceptada, sin reproches, en el cuadernillo de la
tranquilidad que ofrecen las comodidades del egoísmo que crea
el personaje.
El personaje se caduca como aquel
postre lácteo que se nos olvidó en el fondo de la
nevera durante demasiados meses, como para percatarnos, de una
presencia sombría debajo de toda aquella luz que aparecía
justo en el mismo instante de abrirse la puerta del electrodoméstico
de turno aparcado en la cocina.
La cocina dejó de funcionar.
Hoy malviven recordando sus viejas
glorias en estancias adaptadas a una modernidad que intentar dibujar
sin intuir, ni por un momento, el desconocimiento de una realidad que
les viene de la noche y que va a ninguna parte en las salas amarillas
llenas de cerveza que abunda en la fotografía de cualquier
jungla abandonada allá por la tierra Media y en la que,
importante recordar, fueron felices.
Y con ellos, sin remediarlo, se
desmorona lo que construyeron.
En lo efímero de una existencia
condicionada a las limitaciones económicas del nido de
procedencia, la virtud se difumina en el deber eclesiastico de
saberse superior en aquella creencia espiritual de la negación
rotunda al yo establecido.
Osease, no es lo mismo ser de barrio
que ser de zona residencial con jardín botánico.
Vivir entre demasiadas mentiras acaba
descubriendo una triste realidad que resulta ser la mayor evidencia
de la perdida de identidad adquirida en los espejos manchados de
carmin de baños de señoras que también mentían.
Amarillo es el color de un post
dedicado a los que alguna vez se sintieron verdes.
Los vereís por la calle
caminando erguidos al lado vuestro con caminar pausado y gesto serio
y no os dareís cuenta de que son ellos.
Abandonaron la nave en el mismo
instante que descubrieron la cruel realidad de las navidades al conocer, en el salón, la verdadera identidad de los Reyes
magos.