Demasiadas nubes para distinguir cualquier posible estrella
de Belén en el muro de las lamentaciones de cualquier asentamiento ilegal en la
Palestina actual que vive escondida sufriendo en silencio a imagen y semejanza
de una población civil que padece, como siempre, los latigazos dolorosos de
cualquier conflicto bélico y emocional en cualquier lugar de un planeta que
sigue girando alrededor del sol.
Civiles que también en Israel sufren los envites obscenos de
una convivencia demasiado tosca como para perpetuarla en un infinito
manchado de sangre que solo sirve para abrir la página internacional de los
informativos occidentales sin, atisbar, solución aparente de dos territorios
que deberían estar condenados a entenderse por el bien común de todas sus
gentes.
Las sombras insurgentes que se reflejan con la luna en la
oscura noche de un desierto gélido no pertenecen a unos magos venidos de un
Oriente cercano sino más bien a la infraestructura europea de las
organizaciones que sin ánimo de lucro realizan labores humanitarias en la
deshumanización de los refugiados de un Sahara Occidental no autónomo y, por
tanto, perdido en los papeles amarillos de las resoluciones y tratados de las
demasiadas fronteras con las que lidiar en el camino de una autoridad administrativa
que brilla por su ausencia.
El nacimiento de una esperanza depositada en los pequeños
escollos cargados de moral que todavía quedan en las playas llenas de chapapote,
anunciará, a bombo y platillo, la celebración más lúdica de cualquier clase de
idea parecida a la redención, que en estas fechas señaladas, te las puedes
llevar envuelta para regalo para sorprender a propios y extraños, que con ansía,
cuentan los días para salir de cuentas.
El buey se quedó en la orilla mirando el horizonte de aquel
cielo que se difuminaba con el río que dividía los dos estados que su
arrendatario, un ebanista desempleado, iba a ir poco a poco dejando atrás en un
viaje sin retorno hacia la quimera fronteriza de cualquier sueño posible de
alcanzar.
La idea romántica era la que más le hacía latir el corazón,
la práctica la cabeza.
La mula acabó en Barajas en pasillos demasiado iluminados
como para esconder la dignidad que la necesidad se había ocupado de ocultar.
El portal, por tanto, se quedó desierto en aquel bloque de
viviendas deshabitado y lúgubre en el medio de una explanada a la que nunca
llegó el agua potable en aquel proyecto social que se desplazó demasiado al
lado de la utopía de cualquier arquitecto soñador que se fue del lugar de los
hechos con el dinero de los acreedores que alternaban bares de alterne en los días
de vino y rosas.
Y es que el desahucio sorprendió a María en la cola de
aquella oficina de empleo.
La estrella que nos debería de guiar posiblemente se
confunda con las luces de neón que iluminan y calientan las calles de cualquier
ciudad que celebra su particular alumbramiento dibujando colores en las calles
oscuras de un invierno que recorta los días a semejanza de los tiempos que nos
toca sufrir en la puerta del sol como el año que fue….
Herodes, por cierto, no estaba en la ciudad, apuraba los días
de descanso antes de volver al “tajo” en un balneario por la zona de Portugal.
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