Nos vemos en el infierno dijo aquel
héroe cinematográfico en una película que
probablemente ni recuerde pero de la que, algo en mi subconsciente me
dice que la disfruté, hoy, por ejemplo, he recordado la frase
con la que quiero titular esta nueva retahíla de ideas con las
que me quiero enfrentar esta semana.
La semana empieza de una manera
desafortunada al abandonar mi compañía el pequeño
calentador de agua caliente que transforma las duchas en intensos
momentos de reflexión dentro de aquella mampara empañada
que, como en Superman dos, te aísla de las malas energías
de el clima exterior en lo más crudo del crudo invierno.
El ensayo general con agua caliente en
una cacerola calentada con gas, todo hay que decirlo, fue una ruina
que me hizo conocer el dolor y el frío.
Lógicamente, el consejo de
sabios reunidos en lo que me queda de neuronas, decidió
apostar por llamar al técnico que, como el señor Lobo
en aquella película de Tarantino, se acercaría a mi
casa para resolver problemas a un módico precio de, me cago en
la puta, ochenta y seis pavos por los quince minutos que estuvo
sobando el aparato en ese rinconcito de mi cocina que utilizo para
dejar las bolsas de plástico y en el que, probablemente por
educación, les deje entenderse con toda la intimidad del
mundo.
Ahora, con el paso de los días,
he de reconocer que la caldera de los cojones todavía no me ha
dado ningún problema.
Después de niquelar la casa
escondido tras unos guantes de plástico y una fregona que se
quiso despegar de su firme palo de alambre que a su vez se quiso
despegar de mí, descubrí que la lógica obligaba
a sustituir el instrumental defectuoso por uno nuevo que consiguiera
finalizar la labor empezada cuatro horas antes por pura casualidad y
que me exigía bajar a la calle, concretamente al supermercado
abierto justo enfrente de mi portal, para reponer el material
deficiente.
Es después, después de
bajar y subir, después de finalizar los suelos y acabar con la
limpieza, después de las dos, cuando recuerdo la llamada seca
y trágica del pintor del seguro que estaba en los umbrales de
mi portal para interrumpir esa paz, quizás sabéis de lo
que hablo, que solo tienes después de haber estado jodido que
no jodiendo.
Que también.
Pues eso, que después de la
limpieza vino la reconstrucción de un desastre anunciado horas
antes en el teléfono fijo (que ahora se moriría
asfixiado debajo de una lona de plástico que impedía
que color ensuciara su rostro) donde el empleado había dejado
aquel mensaje taxativo para los aprendices de las labores caseras y
del que yo no recordaba el recado.
Ósea, tres minutos después
de dejarlo todo limpio lo tenía todo lleno de mierda.
Y con esto, eximo de toda
responsabilidad al profesional de la pintura contratado por la
aseguradora tal y del que solo puedo constatar su competencia en
estas lides.
Dos días después, tiempo
necesario para olvidar los pequeños desencuentros que con el
destino sueles mantener en ese tira afloja pero del que ahora no
quiero hablar, descubro con insatisfacción el desprendimiento
voluntario de la puerta izquierda de mi armario en las baldosas del
suelo (frío, muy frío) de mi habitación para,
destornillador en mano, atornillar de nuevo el futuro.
La puerta, supongo que por algún
mecanismo de la ciencia como, digo yo, la ley esta de la gravedad,
sigue inclinada hacia el sur en la pared del pasillo dando juego a
una estancia siempre, quizás, algo olvidada por los inquilinos
ya que solo la utilizábamos para salir o entrar, y en donde
ahora alberga dudas al entender, creo yo, el hecho de la existencia
de una habitación más en la republica independiente de
una casa que, si lo miras un poco, no da para mucho más y que
por tanto no tardaras en reparar que la puerta es solo una puerta y,
tío, no tardaras en reparar gracias a la imposibilidad de
reparar la mía.
(Joder, me acabo de releer y me doy
cuenta de que me estoy abriendo demasiado a un público que, a
lo mejor, no disfruta sabiendo mis interioridades)
Bueno, que el caso es que el nos vemos
en el infierno es a veces una frase que la tienes, sin saberlo,
metida en casa.
Y cada casa es sagrada, personal e
intransferible.
Así que al final, me voy a
sincerar, cambiaré el título inicial con el que había
pensado titular este “post” dejandolo para otra historia
diferente y resumire con el título que vais a leer en primer
lugar toda la intrahistoria que esconden estas palabras enrevesadas y
que tambien fué el título de un serie americana de
mucho éxito en los años noventa.