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martes, 23 de abril de 2013

"SOUVENIR"


Recuerdo aquellos televisores de juguete, pequeños y de plástico en los que con cada clic, por un visor, veías famosas estampas del emplazamiento donde, en el mercadillo de turno, habías comprado tan original souvenir de recuerdo de alguno de esos viajes a lo más profundo de aquella España rural y campesina que sonreía despreocupada esperanzada por el auge de aquel turismo patrio.

 Imágenes que reflejaban los más bonitos parajes del lugar desde perspectivas fílmicas que exageraban la belleza de aquel contexto introduciendo, en aquel especial carrete, escenas populares de las fiestas religiosas que llenaban de orgullo y satisfacción a todos esos individuos autóctonos que, como anfitriones, sacaban a la luz de aquel sol primaveral sus mejores galas de domingo de resurrección.

Mientras, los turistas, inmortalizaban todas las esquinas de todas las calles del pueblo con unas cámaras de fotos de antiquísima generación que necesitaban ser reveladas posteriormente para presumir, ya en la ciudad, de las aventuras de los viajes al fin del mundo con los que satisfacían su ego de trotamundos urbanos.

Fueron probablemente dos “españas” no tan diferentes a lo que en principio pudieran parecer. 

Era por otra parte, una época bonita en la que los “recuerdos de…” abundaban encima de la televisión con ocho canales y dos cadenas o la mesa camilla con brasero escondido en los bajos oscuros de un salón demasiado estancado en el “rococó” de la infinidad de adornos (regalos de bodas, retratos familiares, toreros de pega, barbies folclóricas, toros con bandera patria, ceniceros de mil formas y colores, centros de mesa…) que embadurnaban la visión obscena de el centro de reunión de cualquier hogar en el que pasar el polvo era un reto increíble tan solo reservado a verdaderas especialistas en el noble arte del plumero.

Aquella me visión me trae a la cabeza recuerdos agridulces de una época que recuerdo entre las sombras propias de la clandestinidad de aquél niño que admiraba las casas americanas que nos mostraban las series que invadían la programación  de la primera cadena y que, valga el ejemplo, estaban los suficientemente lejanas como para soñar con ellas.

Recuerdo también un cierto olor casposo que invadía los hogares más conservadores de generaciones ya demasiado mayores como para enfrentarse a la modernidad de una sociedad que se estaba remozando a perspectivas diferentes en una nueva comunidad que se empezaba a rejuvenecer, olvidando, olvidándose, de todo aquello vetusto que acompañaba su caminar por la vida.

Los tiempos estaban cambiando y todo transcurría lo suficientemente rápido como para acordarse del ayer.

Hoy, en el siglo veintiuno, las cosas retro incluso tienen su gracieta para los amantes de lo extraño que, como ya no saben que inventar, le dan la suficiente relevancia como para aprovecharse de los recuerdos en el codicioso mundo de las modas intranscendentes.

Pero, hoy, revisando las noticias en televisión, he visto a ciertos personajes envueltos en las tramas de un juicio por blanqueo de capital derivado en el caso Malaya y he asumido que la España actual no se ha distanciado tanto de aquella de Camilo Sesto  y su Jesucristo Superestar.

El esperpéntico juicio mediático de unos personajillos que hace tiempo posaban a sus anchas en todos los canales en los programas esos conocidos como del corazón, me ha demostrado que seguimos siendo un país de pandereta.
Tipos que disfrutaron de demasiados minutos de gloria con los que Andy Warhol definió aquello de lo efímero y que se pavoneaban bajo los focos de las cámaras haciéndonos ver que eran gentes de bien que alternaban en las zonas vips de los mejores reservados de la costa del sol occidental en las orillas de un Mediterráneo, hay que decirlo, prostituido por el calor de la codicia del dinero negro y que fue pan para hoy y hambre para mañana.
Y es que ese capital salio de unas arcas públicas de una demografia que creyó en la utopía de unas gentes que gobernaron a nivel local sin más interés que el suyo propio y que, esto es lo más grave, lo consiguieron siendo elegidos democráticamente por una ciudadanía que se tragó la historia de los panes y los peces en aquel paraíso artificial.

El problema es que los fulanos se creyeron las mentiras que contaban mientras de repente se estancaban atrapados por tener que responder en la vida con aquello, que creían, tenían preparado y que no supieron contestar para brindarnos uno de los espectáculos más lamentables de los que yo puedo recordar.
Un ex alcalde, una ex mujer despechada y una folclórica menopáusica demostraron al mundo que no es lo mismo ser que estar.
Minutos y minutos de televisión en “prime time” para demostrarnos que seguimos teniendo el toro encima de la tele y que pasamos de la expresión de ¡guapos! a la de ¡chorizos! en cuestión de segundos sin saber, o entender, que el espíritu local de un reino distorsionado en lo que a la corrupción se refiere no entiende de reglas básicas para diferenciar a un ladrón de un famoso del que solo por su situación dispondrá de un juicio paralelo.

Lo más triste de todo es que la costumbre, a pesar del momento y de la sensibilidad común en esta época, nos hará ignorar que estos gilipoyas se pasearon altivamente por todos los programas intentando demostrarnos como funciona el mundo surrealista que se inventaron como personajes y del que fueron víctimas, todo hay que decirlo, con la complicidad de un populacho encantado con los dramas alternativos de los protagonistas de los espacios de mayor audiencia de las cadenas generalistas que se hacen millonarias gracias a la basura mediática de gentes imbéciles que incluso desconocen que el anonimato podría ser su mejor virtud.

Así que muchos deberían reflexionar sobre su código de conducta al reflexionar sobre los hechos expuestos en sentencias de las que todos, en parte, somos más culpables de lo que podemos imaginar al haber, por ejemplo, agotado revistas con portadas lamentables en la que ellos eran los protagonistas de un circo tristemente lamentable sacado de cualquier película de Fellini.

No nos rasguemos por tanto las vestiduras al observar las miserias ajenas de los saqueadores sacados de aquel pueblo rural en el que te vendían aquellos souvenirs de plástico.

Todos podemos caer en la tentación de volver al pasado.

viernes, 19 de abril de 2013

"RESET"


“Algunas noches vivo y otras noches la vida se me va con lo que escribo” decía Sabina en aquella desesperada canción del disco “Hotel dulce hotel” de hace ya demasiados años como para acordarte, disco, por cierto, que descubrí en aquellas interminables travesías que iban desde tu ciudad cantábrica al levante mediterráneo en busca de un sol veraniego y que, por supuesto, estaba grabado en una cinta, que como todas, una vez fue virgen.
Aquellos viajes familiares organizados por unos progenitores necesitados de playa, se sucedían en pequeñas escalas medianamente planificadas en las diez horas de un trayecto en el que en algún momento te tenías que detener a mear.
Luego, al llegar, la piscina era la meta de aquel especial maratón de todos los veranos y del que esperabas, más yo en plena adolescencia decadente, salir por la puerta grande en lo que a conquistas se refiere.

Pero no nos engañemos, la única invasión válida en mi territorio y que ocupó un bonito tiempo de aquella época estival fue aquel cuaderno de vacaciones Santillana que embadurnaba a la hora en la que los madrileños ejercían el derecho de la siesta.

Ahora, desde la perspectiva que te dan los años, echo de menos en parte aquella preocupación máxima por hacer los deberes para, no nos engañemos, poder salir a intentar vencer a una timidez que con los años se fue diluyendo hasta límites insospechados bajo la banda sonora de aquel tipo que me descubrió otra forma de ver las cosas.

Y es que el flaco (Joaquín Sabina) empezó a merodear por mis hemisferios polares para convertirme en un aspirante a canalla desde la inocencia de aquél que no sabía hacer la O con un canuto en lo que a las mujeres se refiere.

Y crecimos, vaya si crecimos.

Actualmente, en estos tiempos más de guerra que de paz, los valores y sobretodo las ilusiones, se han ido distorsionando hasta hacernos cautivos de un mal endémico de un país que parece haberse olvidado de la máxima aquella de la felicidad.

Hoy, la sociedad, es un monstruo grande que devora todo lo que se pone a su paso y nos despierta de aquel sueño de juventud que probablemente mejor expresaba el ideal de la satisfacción y del que, actualmente, solo tenemos recuerdos con olor a protector solar.

Y es cierto que hay noches que la vida se me va con lo que escribo, o con lo que leo, o con lo veo en las noticias.

Hoy, veo como el mundo se desmorona a mi alrededor.

No son tiempos para gentes iluminadas que como yo queremos seguir soñando y creyendo en un prójimo cada vez más alejado de la idea romántica de la cordialidad que una vez me intentaron inculcar en clase de ética en un colegio público que también daba religión.

Un planeta, como este, lo suficientemente global como para abarcar soluciones de tipo afable, se ha convertido prácticamente en todo lo contrarío al exigir a sus habitantes distintos grados de individualidad respaldados en la supervivencia que origina la desigualdad de una clases sociales demasiado alejadas y preocupadas única y exclusivamente en lo suyo bajo la tutela indignante de unos poderes que se limitan a mirar hacia el otro lado.

Cualquier obra dramática cuya acción presenta conflictos de apariencia fatal y que mueve a la compasión y el espanto, tiene como fin considerar el enigma del destino humano en el que la pugna entre la libertad y la necesidad termina generalmente en un desenlace funesto.

Sí señores, esta es la definición de tragedia.

A veces me pregunto la razón de porqué no hemos aprendido algo de los errores del pasado.

Y a los mandatarios les dejo estas letras de una canción de Sabina para que no se olviden de que es tiempo de cambio.

Gulliver (J. Sabina)

Un día los enanos se rebelarán contra Gulliver.

Todos los hombres de corazón diminuto
armados con palos y con hoces
asaltaran al único gigante
con sus pequeños rencores,
con su bilis, con su rabia de enanos afeitados y miopes

Pobre de ti, Gulliver, pobre de ti
el día que todos los enanos
unan sus herramientas y su odio,
sus costumbres, sus vicios, sus carteras, sus horarios…
no podrán perdonarte que seas alto.

Para ellos la generosidad no es más que un lujo que no pueden pagarse,
viven alimentados por la envidia que los habita en forma de costumbre…

Es tiempo de RESET

jueves, 4 de abril de 2013

"DE AQUELLO DE LOS PROVERBIOS Y LOS REFRANES"


Decían aquello de que en abril, aguas mil, en uno de aquellos refranes míticos que han ido pasando de generación en degeneración desde los tiempos aquellos en que nuestra España estaba inmersa en una durísima larga postguerra donde, lógicamente, la pobreza, el hambre y el analfabetismo eran los símbolos estéticos de un país demasiado alejado de la realidad actual.

¿O no?

La sabiduría popular siempre se ha destacado por la sencillez y el acierto de todas aquellas teorías salidas desde la observación rutinaria de aquellos individuos e individuas que sobrevivían de sol a sol en circunstancias generalmente adversas y de las que todas las generaciones posteriores deberíamos sentirnos orgullosos.

Tal día como hoy, el cuatro de abril de mil novecientos setenta y tres, se inauguraba en Nueva York el complejo de edificios del World Trade Center, encarnación simbólica del poder de un sistema capitalista de un planeta que empezaba a mirar hacia un futuro más global y moderno.
Una humanidad que quería olvidar los desenlaces dramáticos de un siglo envuelto en conflictos lamentables a nivel mundial y que de aquella vivía todavía bajo la amenaza real de una contienda silenciosa y fría que alteraría de forma demasiado sobrecogedora la futura paz mundial de una sociedad que salía de la depresión frustrante del final de los años del amor libre y de la protesta ruidosa de aquellos activistas que imaginaron un mundo mejor.

Las torres se erigieron imponentes en la parte financiera de la metrópoli anunciando el cambio de ciclo de unos territorios oficialmente desarrollados pero que en cambio llevaban lustros autodestruyéndose entre ellos de manera, como mínimo, lamentable, desmontando la tesis de ese posible adelanto respecto a otros territorios más anclados en el pasado.
Cuarenta años después (como pasa el tiempo), el mundo no solo no ha mejorado sino que cada vez se acerca demasiado a un Apocalipsis no deseado por nadie.

Las instituciones, empezando por la Organización de las Naciones Unidas, han demostrado su incompetencia en las lides más importantes que pudieran afectar al desarrollo mundial de un planeta cada vez más compungido.
El desarrollo ha sido desigual en las distintas partes de un sistema cada vez más desigual y las infraestructuras han dejado paso a los recortes que mayoritariamente han afectado al desarrollo social de las distintas comunidades que ayer miraban al horizonte con esperanza y hoy buscan resistir encerrados en el oscuro universo de las dudas existenciales.

No es casualidad que las torres gemelas hayan dejado de existir en una mañana soleada de un verano moribundo en pleno inicio de un milenio cada día más oscuro.

Y no es casualidad que los (presuntos) autores de tal atentado representaran la parte arcaica de un mundo demasiado superlativo como para entender cualquier clase de comparación lógica con las intenciones burocráticas que nos vendían en hoteles de cinco estrellas los dirigentes mundiales del poder y el exceso.

No es normal que en todos los países sigan existiendo rencillas de un pasado más o menos reciente para apuntalar posibles cismas futuros que solo sirven para aquello conocido como autodestrucción.
Es lamentable que todos los avances científicos o tecnológicos solo nos sirvan para incrementar las segmentaciones tribales de un ser humano que, ya desde hace tiempo, ha demostrado ser probablemente el animal menos inteligente de aquel paraíso soñado en las escrituras bíblicas.

Hoy miramos al mañana con la frustración propia de saber que no controlamos nuestro futuro ni el de los nuestros.
Nos enseñan banderas a las que agarrarnos, himnos antiguos que cantar en celebraciones y nos engañan con un patriotismo demasiado ilustrado en conceptos vetustos y añejos de los que ya no tenemos conciencia real para, inconscientemente, involucrarnos en las ideas y comodidades propias de los súbditos del gran poder.

El pueblo que no recuerda su historia esta condenado a repetirla dicen.

Lo que no nos cuentan es que son ellos (jefaturas, gobiernos, gobernaciones, administraciones…) los que ignoran esos refranes rurales que nos anuncian que mañana puede volver a salir el sol.

(Para Natalia por su ayuda)