Es como mínimo indignante saber que con todo eso o aquello que nos “creemos”, seamos absolutamente diminutos ante las fuerzas de la Naturaleza.
Y, (al ser humano me refiero), siendo tercos como somos intentemos encima demostrar, con todo nuestro poder, una superioridad ficticia en las formas y en los modos para creer quitarle metros a una biosfera que pacientemente espera su momento lamentando como nuestras egoístas necesidades se transforman en diques secos en muelles de nave industrial.
No en vano somos el único ser vivo del planeta que poco a poco va jodiendo el ecosistema que le dio la vida.
Pero de pronto es ella, la Naturaleza, la que avisa en forma de tragedia mundial y es entonces cuando nos damos cuenta de la fragilidad insumisa de una sociedad que no entiende el concepto de la palabra advertencia a pesar de los titulares desfasados de colectivos ecologistas que insinúan el mayor de los males exagerando, como toque de atención, la desgracia que está por venir.
Hoy Japón llora en un especial silencio solo apto para espíritus orientales que filtran el dolor en reflexiones metodistas de culturas acostumbradas mentalmente a la oscuridad de la meditación de la percepción de ese yo no material.
Y el mundo tiembla a su alrededor observando desde la lejanía los males ajenos.
En una sociedad globalizada como la nuestra, todo lo que pase a miles de kilómetros es peligroso para cualquier pequeño reducto atemporal escondido en medio de la nada.
Situaciones que, por supuesto, nos vuelca en mostrar nuestro apoyo a todos aquellos a los que las adversidades les han hecho perder todo aquello que querían en forma de mensajes, logotipos y frases cargadas de esperanza deseando, en el fondo de nuestros corazones, el menor de los males a esas gentes que lo están pasando mal.
Pero a su vez y sin querer ser hipócritas, nos indignamos con la falta de previsiones sísmicas de los estamentos encargados de tales funciones y nos congratulamos que todos estos males pasen en el “otro lado del mundo” convirtiéndonos en simples espectadores mediáticos de la desdicha ajena.
Pero no nos engañemos.
Las adversidades foráneas no están tan lejos de nosotros como pudiéramos imaginar al sentarnos protegidos en nuestro pequeño salón detrás de la caja boba.
La excesiva información nos hace pasar de Libia a Japón en décimas de segundo sin percatarnos en realidad de la cantidad de desamparados que las noticias van dejando detrás para pasar de repente a la esperada información deportiva.
Jornada veintiocho.
Cinco empates en diez partidos de una jornada que vuelve a poner al rojo vivo el campeonato.
El Almería, el Levante y el Sporting puntúan demostrando, demostrándose, que quieren quedarse en primera por encima de todo.
El Getafe pierde dos puntos en las postrimerías de un partido que ya tenia ganado complicándose un poco más la existencia mientras el Barcelona los cede, no ante el Sevilla, sino ante su gran rival por el título.
Lección de futbol del Zaragoza ante un Valencia descafeinado y triste abandonado a la suerte de seguir intentando asegurar la tercera plaza que les llevaría directamente a Europa por la puerta grande aprovechando el tropezón descomunal de un submarino amarillo que se olvido de subir a la superficie.
El Espanyol y el Osasuna aprueban el examen en casa y el Málaga se agarra a ese clavo ardiendo que le permite seguir teniendo esperanzas en la división reina.
¿Y el Madrid?
El Madrid apura sus opciones a seguir peleando hasta el final para romper los pronósticos marcados por la lógica abstracta de un deporte en el que nada es lo que parece cuando al número siete no se le echa de menos.
Probablemente el Bernabeu marcará el desenlace final en el esperado clásico de todas las temporadas.
Que Dios reparta suerte y justicia.
Mención especial:
Hoy es para un tipo de treinta y un años que es aficionado a la decoración y el bricolaje y que posee un restaurante de alta cocina francesa en Lyon.
Un hombre casado y con tres hijas que es en esta temporada donde ha cuajado sin lugar a dudas la mejor campaña como profesional que se le recuerda.
Le describen como un buen tipo algo bromista y compañero de sus compañeros.
¿Lo adivinan?
Se llama Éric Abidal y juega en el fútbol club Barcelona.
Esta semana se la ha detectado un tumor en el hígado y todos, absolutamente todos los clubs balompédicos del mundo han mostrado su preocupación y su apoyo a un compañero de profesión demostrando, una vez más, que hay cosas que siempre estarán por encima de cualquier clase de rivalidad fanática o estúpida.
Desde aquí todo nuestro apoyo a este lateral izquierdo (o central) que nos ha hecho disfrutar de su juego, carisma, entrega y aptitud.
Pero ya lo decía antes queridos lectores, la desdicha ajena se encuentra a veces en la habitación de al lado.
Y eso como mínimo se merece una reflexión
viernes, 18 de marzo de 2011
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