En una de esas
vueltas atrás que de vez en cuando pronosticamos en las pizarras difuminadas de
tiza de aquel colegio que no era de pago, reflexionamos sobre el significado
preciso de la palabra poder.
¿Conclusión?,
poca cosa.
Entendemos el
poder como maquillaje superfluo de alguna clase de carencia opresiva que nunca
se presenta de frente.
El maquillaje lo
entendemos como símbolo mundano de la infelicidad.
La carencia
existe y a la vez se hace tangible en la pantalla obscena de cualquier red
social que se precie.
En estas fechas
navideñas que nos recuerdan todo aquello que una vez fue bonito, intento desde
el silencio vacío de mi pequeño cuarto con patio interior razonar sobre la necedad
impulsiva de la improvisación a la hora de tomar determinadas decisiones.
¿Conclusión?
Ninguna tampoco.
En la consigna
marcada por aquello del que mucho abarca poco a prieta, el socio, dueño simbólico del club, opinará sin voz ni voto en las juntas generales anuales que sirven para poco más que respaldar los presupuestos marcados por alguno de los de allí arriba.
Y se aprobara la moción en medio de la comida organizada por el club.
-Y, cariño joder,
que no avanzamos.-
Dijo él
después del chupito.
-Y es que siempre
hubo clases y a ti te encontré en la calle.-
Contesto ella.
Desde lo más
profundo de una ignorancia forjada en las aceras ignoro firmemente cual es el
significado de todo aquello relacionado con la potestad.
O vale (perdonen queridos lectores) desconozco
el sentido de la palabra en sí.
Y, escuchen, sé
lo que es estar en palco privado.
Algo tiene que
tener cuando tantos y tantos mortales suspiraron por subirse al trono de aquel
relativo éxito temporal de saberse superior.
Dentro de la más
profunda burocracia pasional de un encefalograma plano, respiramos, desde las
bajuras, los mortales que conseguimos ver el partido desde la grada casi sin
pestañear y, más importante, sin saber si nos están enfocando.
En cambio allí
arriba, en el lugar del estadio donde la política supera la ficción, los
invitados sonríen y fingen hablar entre ellos murmurando blasfemias ante las
masas sublevadas en esta réplica de circo romano.
Y al Cesar lo que
es del Cesar.
El protocolo es
esencial en cualquier nación civilizada que se precie y además está de moda en
las altas esferas, gentes bien vestidas que ocupan asientos reservados en
sitios privilegiados.
¿Conclusión?
Las juntas
directivas deben ser plenos parlamentarios en miniatura en los que siempre gana
la mayoría absoluta más cercana al poder, al poder o al querer, me refiero, organizar comidas de confraternidad con
rivales más débiles.
Porque si os digo
la verdad, no sé que más hace una junta directiva.
Supongo que
llevaran las cuentas;
que tendrán abogados que llevaran las cuentas;
que
tendrán gestores que llevaran las cuentas;
que tendrán periodistas que
investigaran sus cuentas;
que tendrán cuentas.
Que se juntaran
en momentos de crisis para dar imagen de unidad.
Que harán comunicados
oficiales.
Que tendrán
abogados que redacten los comunicados oficiales.
Que habrá
portavoces y gentes cercanas al club.
Que habrá
responsables de comunicación.
Que habrá
celebridades.
Y fiestas,
aniversarios, promociones, celebraciones, actos privados, actos públicos, reuniones,
charlas, simposios, presentaciones, despedidas, homenajes, desmentidos…
La de mi madre*
*(La de Dios)
Pero, permitirme
aclararos, seguirá, mal que nos pese, existiendo ese mal necesario que hacen de
las sociedades anónimas deportivas sean algo más que un club.
Yo me conformaría
con ser delegado consejero del primer equipo.
No pido más.