Un año antes de
que Naranjito se hiciera conocido internacionalmente en aquel mundo industrial
que observaba con expectativas aquel cambio de tendencia de un pequeño país en
proceso democrático, en un insignificante emplazamiento escondido en un norte
mágico y diferente donde las promesas se convertían en sacrificio, un
acontecimiento de relevancia estaba a punto de ocurrir.
Aquel contexto
del ochenta y uno poco tiene que ver con la imagen que ahora transmite un
pequeño pueblo casi abandonado a la suerte de cuatro valientes de recuperar la
memoria histórica de un lugar forjado a pico y pala.
Un sitio perdido
en medio de lo más profundo de una región abrupta y cerrada a posibles guerras frías en un exterior cercano
y lejano.
Eran tiempos, de
aquella, de una prosperidad nacida de la tranquilidad laboral de las gentes
trabajadoras que poblaban en gran número aquella parroquia.
Podría daros
datos etimológicos o históricos del lugar en cuestión, detalles bibliográficos
de alto contenido en cifras que al final no representan nada más que subdivisiones
territoriales, un censo electoral del que se sobreentiende, como en cualquier
núcleo rural que se precie, un notable descenso de población en los últimos
años.
Detalles que
hablan mucho pero no dicen nada.
Las cuencas mineras,
seguro que habéis escuchado hablar de ellas, son reductos todavía casi
infranqueables que se resisten a olvidar su historia y sus gestas (muchas más
de las que podríamos imaginar) evitando el paso de un tiempo pasado y que fue mejor.
La desindustrialización
se encargó de continuar los pasos de la emigración juvenil en busca de sueños
que cumplir.
Por tanto me gustaría
reflejar el empuje de esas gentes y por esa misma razón destaco la importancia
del enclave en cuestión.
Y es una cuestión
de espíritu.
La personalidad,
que como decía Jodoroswsky, es la malformación mental que nos va construyendo,
depende de infinidad de factores que rodean al espíritu de cualquier mortal.
Y cuanto más
pequeño es el entorno, más profundas y asentadas estarán las convicciones.
Tuilla es un
pueblito asturiano de la cuenca del Nalón de unos novecientos habitantes de
profunda tradición minera, se dice que el mismo nombre del pueblo significa
eso, tierra de hulla.
Ahí comenzó la leyenda de uno de los protagonistas destacados del éxito de
un deporte español que no ha llevado a cotas impensables una década atrás.
Una historia de triunfos, retos personales superados y de unas cifras que
el tiempo pondrá en un lugar destacado en el almanaque de la competición.
Tengo entendido que el temor mayor de un deportista de élite nunca es a la
derrota sino a la lesión y, por tanto, supongo que no serán unas navidades dulces
para el siete de la selección.
Pero también sé de qué pasta viene el hijo de un minero.
Es cuestión de sangre.
Pronta recuperación.
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