"Tiempos de gloria me esperaban en París
como actor favorito de la corte, represente ante augustos duques,
dueños de augustas panzas que me cubrieron de oro, pero fortuna es
mujer y por tanto caprichosa y pronto me dio la espalda" comentaba un
tal Alexio de Nápoles a su novieta.
Y todo era mentira.
Los melodramas de tarde amarilla en
canal fascista no suelen tener buenos finales pero sí demasiadas
interpretaciones con un solo color, el verde esperanza.
Las mentiras piadosas siguen siendo
necesarias para la estabilización de muchos corazones tendidos al
sol de los lunes de invierno para mantener la coherencia en las
dificultades tanto económicas como mentales de individuos anónimos
que deben de volver a contar bulos para salvar, como mínimo, el
presente de sus entornos.
Y es que las circunstancias marcan los
procesos y la paciencia de las gentes en los pequeños contextos
de la vida familiar que en momentos complicados resisten heroicamente
o se van por el desagüe de la desesperación.
Y es ahí donde la falacia
te salva una triste historia con final impredecible.
Es más, incluso hay
ocasiones en las que se debe contar lo que el público quiere oír.
Sin tener que recurrir al
tópico de que aquello no deja de ser una labor social, veo necesario
justificar en tiempos como estos el embuste como símbolo importante
de la revolución social de la gente engañada mucho antes por
imperativo legal.
Alexio contaba los cuentos
que soñó poder vivir a su prometida para que ella, de alguna
manera, pudiera percibir que aquello existió.
Es entonces cuando en su
pensamiento, en su imaginación, la historia (inventada) empieza a
ser real.
Pero cuidado.
Hay casos en los que, no
una, sino mil fantasías pueden llevar a distorsionar el concepto de
una realidad demasiado personal para empezar a confundir cualquier
clase de juicio preestablecido bajo el amparo, en los buenos tiempos,
del dulce encanto de la burguesía.
Es ese momento en el que
la realidad se ve superada en los noventa minutos por la ambición
del querer y no poder en un enfrentamiento perdido desde antes de
salir a la cancha.
Es cuando el personaje se
olvida de la persona que lo inventó al mirarse al espejo y no verse
reflejado bajo la tenue luz blanca de aquel cuarto de baño con
azulejos celestes.
Es el final de cualquier
significado de una identidad moldeada por el desarrollo de los
acontecimientos.
Si ademas la figura en
cuestión ha recurrido a los baños de masas para acrecentar ese
sentimiento, no disimulado, de líder y salvador histórico para su
comunidad, acabará saliendo exculpado como no culpable por el
veredicto de un jurado popular.
La hegemonía de ciertos
gobernantes en los periodos electorales en los que campan a sus
anchas por los edificios gubernamentales, hacen que el populismo
acepte, en un ejercicio de extrema ignorancia, las decisiones
mesiánicas de individuos que consiguen que su región sea la única
que necesita ser salvada por el Gobierno Central.
Y la justicia, señores
míos, sabemos que sigue estando ciega.
Al final no es una
cuestión de un particular en concreto ni de un color político en
absoluto, sino que imperan por toda la geografía española varios y
distintos casos de legisladores que se creyeron sus mentiras jugando
con, no lo olvidemos, el dinero público de los demás.
Y son esas falacias, las
que no son piadosas, las que ni siquiera tienen nada que ver con la
humildad, las que hacen que las nuestras, benditas trolas, no
consigan el efecto deseado en una sociedad demasiado exasperada en
los problemas cotidianos a los que nos han llevado a esos lideres en
los que, malditos bastardos, un día depositamos nuestra confianza.
Son ellos también, manda
huevos, los que nos piden confianza en las instituciones que sólitos
se encargan de destruir, si no físicamente por lo menos a nivel
moral en un colectivo desencantado y agotado de ver, escuchar y
descubrir que todo sigue igual de mal que siempre en un mundo en el
que siempre pringaran los mismos.
En estos momentos en los
que la ética se desdibuja creando un colectivo cada vez más
individualista, los analistas, sociólogos y tribus urbanas varias
pagadas por el Estado nos invitan a ejercer de mediadores en los
conflictos familiares y locales de ayuntamientos que piden
colaboración ciudadana como voluntariado para ejercer labores
laborales que las arcas municipales ya no pueden pagar, obligándonos
de nuevo a tener que volver a mentir, mintiéndonos.
Valgan las redundancias.
Por cierto de lo de
Contador, supongo que valorareis que no os cuente una patraña.
Bravo!!
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