En ocasiones todos queremos, aunque sea
por un momento, regresar al pasado por medio de una de esas
regresiones en las que las cosas se vislumbran de formas sutilmente
diferentes.
Y recordamos, al menos intentamos,
evocar pequeños detalles de grandes momentos que nos desplacen a
sensaciones vividas y ya olvidadas por la experiencia acumulada en
demasiados almanaques ya caducados.
Es ley de vida, damas y caballeros, el
tiempo es juez y parte en el desarrollo de los acontecimientos de
cualquier ser anónimo mortal alterando, por medio de todas aquellas
vetustas prácticas, la transformación lógica de aquello conocido
como personalidad.
Pero lo único real que nos queda en
esta existencia efímera es el presente ya que cualquier
reminiscencia es mentalmente borrosa y cualquier sueño siempre
estará por cumplirse.
Es, por tanto, donde nos alojamos conscientemente
queriendo conocer el futuro y viajar al pasado para salir de la
vereda abrupta del camino, desconocido, de nuestra crónica vital.
Y es quizás el desconocimiento al que
pasará el que nos hace frágiles en una sociedad que demoniza
cualquier clase de duda superflua en el territorio de la
supervivencia.
Demasiadas variantes en la quiniela de
la resolución final.
Si algo destaca este año dos mil doce
es por ser uno de esos años que en general, siempre se debe hablar
en general, las personas vuelven a mirar preocupadas al ayer mientras
piensan en el mañana.
Y no es de extrañar.
Lo importante aquí es saber
reflexionar pausadamente para no toparse con los errores que algún
día pudimos cometer y aprender de los mismos, lo creíble por
desgracia es lo contrario haciendo cierta la frase aquella de
tropezar dos veces con la misma piedra, aquella por la que escondimos
la mano.
Hoy, un tipo detenido en mil
novecientos setenta y seis por negarse a cumplir el servicio militar,
ha salido de la cárcel después de treinta
y seis años encadenando distintas condenas por delitos menores.
Al salir, eufórico, ha rechazado el
arrepentimiento y se ha declarado ceramista y autodidacta.
Cuando entró, el año también era
bisiesto.
Supongo que desde dentro se verá el
mundo desde otra perspectiva al carecer de espacio vital en esa
rasgada linea mental que separa la emancipación de la dependencia de
esa libertad efímera que se ve desde los barrotes de una ventana
pequeña llena de humedad.
Supongo.
Lo que si sé es que en su
incorporación al régimen carcelario el mundo que dejo atrás poco
tenía que ver con el que se va encontrar al abandonar unas
dependencias que interiormente echara de menos al reconocerse, suposición
personal, desnudo en medio de la calle de un mundo, de un país, que
ya no le pertenece.
A sus sesenta y un años, Montes Neiro,
caminara pausadamente espiando a su sombra con la sensación extraña
de la autonomía, se sentara en un banco del parque y escuchara el
transistor de cualquier otro jubilado entretenido en alimentar a las
palomas y, mirara al cielo.
Mientras tanto aquí en la Tierra nos
indignaremos viendo ciertas fotografías del país helvético
temiendo lo de las barbas pelar, temeremos las amenazas de Irán, la
crisis de la Eurozona, los recortes de educación y sanidad, las
tasas del desempleo, la reforma laboral y nos seguiremos preguntando
si estamos preparados para vivir en un planeta en el que China sea la
primera potencia Mundial.
En el setenta y seis la noticia era el
primer vuelo comercial del “Concorde” aquel avión revolucionario
supersónico que unía el viejo y el nuevo
continente a la velocidad del sonido.
Eran los tiempos de ABBA, del final de
la guerra del Vietnam, de Adolfo Suarez y se
respiraban, decían los cronistas, tiempos de cambio.
En el setenta y seis
también un tipo peculiar comenzaba su carrera en el Arenas Club de
Guecho ascendiéndolo a tercera división.
Se llamaba Javier y
era de Baracaldo.
Después ganaría
dos ligas.
La verdad es que es
la hostia lo que cambian los tiempos.
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