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jueves, 20 de septiembre de 2012

"CIRCULO CROMÁTICO"


Decían los sabios esos que salen en los programas nocturnos de la dos, programas culturales para especies en extinción, que los colores psicológicos primarios son cuatro.
Como podéis o debéis imaginar, un servidor poco controla los matices de la foto recepción de luz ni de su longitud de onda y, como debéis suponer, mi vida en términos cromáticos se reduce a una infancia vista en el receptor televisivo en un blanco y negro allá en plena transición.
Después, en la temida adolescencia, fueron todos los demás sentidos los que afloraron en aquel cuerpo inexperto.

Pero volvamos a la luminosidad de los pigmentos primarios.

Podría asegurar sin temor a equivocarme que mi color favorito es el rojiblanco y podría equivocarme al asegurar que alguna vez me gusto el AZUL.
Podría, no descartéis este punto, engañaros al soñar en blanco y despertar muerto de frío frente a un gélido paisaje morado, yo que sé, podría incluso soñar despierto bajo las sabanas amarillas de un hotel perdido en el paisaje verde de aquel lugar escondido en el lienzo de aquel pintor que difuminaba el carboncillo.

Demasiadas sensaciones para cualquier arco iris que poder juzgar.

El VERDE, por ejemplo, no brilló en toda su intensidad en una Sevilla nocturna que apura los últimos días de un verano al que le cuesta abandonarnos a nuestra suerte bajo el cielo estrellado de una posible galaxia superior.
Trágica noticia en los titulares alternativos y naturistas de una prensa deportiva ansiosa e implicada, como siempre, en el noble arte de la crispación.
Después, a oscuras, en aquel césped, la sensación de esperanza se fusionaba completamente con el concepto vital del querer y el poder, herida abierta que siempre ilustrara la historia de cualquier individuo anónimo.

De repente, el verde no fue esperanza.

Y es que la Esperanza, virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes, es en la doctrina cristiana un deseo positivo en lo que creer poder agarrarse para resistir los envites demoniacos de la vida cruel que nos toca vivir.
Era, cuando existía, omnipresente en las formas y los modos de, como mínimo, no pasar desapercibida.
Era confianza y era temor, era, a pesar de su nombre, el AMARILLO de unos tiempos grises.
En estos tiempos que corren evitando cualquier sombra de radar, la Esperanza abandonaba el barco justo antes de chocar con el iceberg dejándonos, dejándome, solo y abandonado bajo la sombra negra de un futuro incierto.

Pero, permitirme, hoy no os hablare de ninguna posible tristeza que pueda enturbiar el devenir de los acontecimientos que nos quedan por vivir ya que mañana, queridos camaradas, será de nuevo noche europea para volver de nuevo a la normalidad aparente de cualquier bodegón pintado al óleo.

Las cosas pasan, decía aquél, porqué tenían que pasar y, todavía hay cosas que son lo último que se puede perder..., después de una noche de farra en la que todo es demasiado borroso como para distinguir cualquier clase de pigmento reconocible en lo que parece una bandera.

Son los colores los que nos alteran los estados de ánimo cuando los estados de ánimo están lo suficientemente susceptibles como para discrepar con el de al lado.

Y el espectro visible de la intransigencia nos recordó que, al final, siempre es el cerebro el que percibe la particular luminosidad de unos rayos que comúnmente salen del sol a esas horas intempestivas en la que los bares siempre están a punto de cerrar.
Será justo en ese instante cuando veras el marrón de unas circunstancias extremadamente obscenas como para acercarte al ROJO


¿Y que decir al respecto?

Pues que descanse en paz. 

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