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jueves, 27 de septiembre de 2012

"CEGUERA"


Aquel domingo, por extraño que parezca, anunció la llegada de la nueva estación de la manera más sutil posible dejándonos un silencio extraño que invadió los rincones oscuros de una ciudad que se despertaba, a eso de las cinco de la tarde, bajo los rayos de luz de un cielo que anunciaba tormenta.
El otoño llegaba con la resaca añadida de los anteriores excesos que se difuminaban después de un sueño profundo que después de la narcosis nos devolvía de nuevo a la realidad de aquello conocido como existencia.

Todo anunciaba el comienzo de nuevo de aquel flamante curso al que enfrentarse otra vez como años anteriores, nueva aventura local envuelta en perfume obrero del extrarradio de una capital con muchos matices expresados en los miles de grafitis que invadían los distritos de la ciudad.
Noche de fiesta festiva en vísperas de un lunes amargo y laboral con olor a humedad y limpieza.

Septiembre se iba consumiendo entre la irrealidad de un verano para recordar y la realidad atmosférica de lo más crudo de un crudo invierno que llegaría después de la verbena.

Y entonces, justo antes del guateque, se fue la luz.

Aquel fundido en negro se volvió gris como la tinta de la impresora que consiguió el milagro de la ilusión de aquellos corazones expectantes y sonrientes que, boleto en mano, miraban alucinados a la bóveda nocturna encapotada de aquella jornada eclipsada por los acontecimientos.
La realidad volvía de nuevo a superar la ficción de un posible aplazamiento temporal de aquel posible delirio emocional que, al menos, aliviaba la tortura semanal de llegar a fin de mes.

Y el sueño se convirtió en pesadilla.

Los aficionados se transformaron en manifestantes ansiosos de la devolución de un importe demasiado prohibitivo para economías sumergidas situadas al otro lado de un cordón de seguridad no imaginario y que se encargaba, disciplinadamente, de dividir a la sociedad en poseedores de entradas de grada baja y beneficiarios de exclusivos pases de palco.

Los iluminados se quedaron a oscuras en plena calle de Vallecas para despertar de nuevo en pleno corazón de Madrid dos días después.

Algunos, lo más mayores, recordaban anecdóticamente los diferentes apagones acontecidos en los años aquellos en los que soñar todavía estaba permitido, acordándose, recordándonos, que la lucha personal era la única manera de defender la dignidad de los conceptos básicos de una igualdad que, a base de sacrificio, habían conseguido establecer bajo la serena postura de unos altos cargos que observaban desde la lejanía en aquellos años en los que había más que perder que qué ganar.

El palco era difícil pero alguno consiguió la tribuna.

Les asustaba, a los mayores, perder de nuevo todo aquello que se había construido pensando únicamente en el bien común y, que, por causas ajenas a nuestra voluntad, se había ido lentamente distorsionando en lugubres momentos de lo conocido como “nuevo orden mundial”, adjetivo que por otra parte poco tenía que ver con un humilde club de afiliados cuya máxima PRETENSIÓN no era otra que seguir manteniendose en la liga de las estrellas.

Por eso, los mayores, supieron antés que nosotros, los jóvenes, la fragilidad de la burbuja en la que nos encontrábamos y que en cualquier momento podía explotar y no asintieron al escuchar la propuesta ilógica de aquel importe que compraba la ilusión.

Gracias a ellos este equipo existe.

Gracias a ellos, todavía podemos disfrutar.
No lo olvidemos.

Más antes que temprano la luz debera de volver a iluminar el mayor espectaculo del mundo.

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