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viernes, 7 de septiembre de 2012

"LOS YÉBENES"


Es cierto, es muy cierto aquello de la depresión post vacacional que seguimos padeciendo sin recordar aquello de aquel que tropieza dos veces en la misma piedra mientras, nos volcamos de nuevo en saber entender, aquello repetido de, el reencuentro con la rutina.

Momentos de reflexión máxima en los que deseamos ansiosamente aquello conocido como jubilación.

La ciudad, en el regreso no deseado, se convierte en todo aquello alejado de la complicidad anterior en el que se junta el hambre con las ganas de comer.
Y los omnívoros sociales nos volcamos en aquello de retomar las costumbres pasadas que en la playa quisimos cambiar, pequeños detalles vitales que nos arrastran a la existencialidad más absoluta entre botellín y botellín.

Y volvemos con fuerza para volver a intentar demostrárnoslo otra vez.

Es ahí la clave, el detalle importante de saber resistir a una primera semana de poco trabajo y demasiado reencuentro.
Después, poco a poco, nos iremos enredando en el subsuelo de la transición eclesiástica de nuestras  anónimas existencias para, de repente, necesitar de nuevo la dosis mercenaria de la absolución laboral en, a poder ser, fechas cercanas al día de hoy.

Hubo un gilipoyas, me contaron, que dijo aquello de que el hombre nació para trabajar. 
No me preguntéis por él, no recuerdo su nombre.

Hubo listos que apostaron por lo contrario convirtiéndose en exactamente en aquello por lo que nunca apostaron, transformarse lentamente en seres nihilistas que se adaptan a los tiempos actuales sin expresarse de modo ninguno encerrados en su pequeña individualidad.
Gentes silenciosas que se reducen emocionalmente a aquello antiguo de seguir pasando desapercibidos ante el ruido mediático de aquello conocido como exceso de comunicación.

Hablando de las cosas antiguas me desplazo, buscando un soplo de aire fresco, emocionalmente hacia un pueblo situado a cuarenta y dos kilómetros al sur de la capital  castellano manchega (Toledo).
Una pequeña población de unos seis mil quinientos habitantes que en los festivos o en las épocas estivales aumenta notablemente su población.
Es San Blas su patrono y es Olvido Hormigos su concejala socialista.

Hasta aquí todo normal.

El pueblo, me cuentan, es un enclave tranquilo en el que todo el mundo se conoce dentro de unos parámetros solo permitidos a los núcleos pequeños de población y, detalle mucho más importante, todo el colectivo respeta la individualidad del vecino de al lado dentro de los límites educacionales de la discreción.

De repente, las redes sociales, cárceles con celdas expuestas a la observación, alteran la paz infinita de la sombra de los cipreses.

Y el silencio de aquellos que alternan en la idiosincrasia se transforma,entonces, en un murmullo popular que invade, cual sombra oscura, las paredes de unas calles antes silenciosas.
El alzamiento de voz popular se transforma en noticia y el pleno del ayuntamiento en trending topic.

Y yo disfruto de ese paréntesis maravilloso con el que me encuentro a la vuelta de Benidorm, momento utópico intermedio entre el placer y el desenfreno de las obligaciones sindicales en el organigrama de una agenda saturada de frustración.

Increíblemente, no recuerdo la última vez que me ocurrió, empiezo a valorar a una figura política por sus formas y su aptitud.
Incluso, por momentos, me planteo censarme en aquel paraje húmedo.

Al final desisto y me mantengo alerta esperando que de nuevo, cualquier diosa que se precie, me vuelva a sorprender.
Respiro en alto y me siento feliz, la vida puede ser maravillosa.

¿Puedes escucharme Cristiano?

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