Sí, completamente de acuerdo.
Naranjito, como decirlo, era un poco tontuno pero era mi colega, así que cuidado que te meto.
Corría el año mil novecientos ochenta y dos y un chaval de siete años jugaba al futbol en la plaza con una camiseta desteñida del Real Sporting de Gijón. Eran años felices por la sencilla razón de no tener más preocupación que el controlar la hora señalada para fichar en casa y comer la merienda.
El Adidas tango, balón oficial del mundial, acompañaba mis correduras por una ciudad a medio construir y mis antecedentes futbolísticos me impedían aceptar, bendita inocencia, que yo nunca seria Quini.
Pero de ilusión también se vive coño.
Y aquella ilusión duro desde un trece de Junio hasta el dos días posteriores a mi ansiado séptimo cumpleaños.
Reconozco que es el primer campeonato del mundo del que tengo memoria histórica.
Y el Molinón fue sede de la fase de grupos.
En fin, fue por aquellas fechas cuando me hice amigo de Naranjito.
Desde entonces mantenemos una relación más o menos cercana aunque, quizás, no nos vemos tan a menudo como cabría desear. Fue, por aquella época, el único que me pudo comprender, fue la sombra de la ilusión desbordada de ser futbolista, fue mis tardes de sábado y domingo a la hora de comer.
Hoy, ya aposentado en la comodidad del sedentarismo, observo al crío de siete u ocho años con la camiseta de su equipo y me recuerdo haciendo el gilipoyas, solo, con un balón y una pared de algún vecino quejica.
Ahora el futbol es muchísimo más mediático, tanto, que casi tienes que trabajar una semana para adquirir la camiseta oficial de tu club. Tanto, que cualquier jugador sin graduado tiene más referencias en el Google que un Cervantes.
Pero estamos en el siglo veinti…, ¡espera!…
¡Cojones!.
¡Si estamos en año de mundial!
Te dejo Naranjito, me han llamado de la oficina, pero no de una oficina cualquiera tío.
Me han llamado del INEM.
Nos vemos rey.
Mañana sigo.
viernes, 4 de junio de 2010
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